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Hubo un curso en el que, tras empezar dando el Decano unas sensaciones igual de malas que las de ahora, había quien pedía mucha paciencia. Nadie exigía entonces el ascenso a Segunda sino, simplemente, un año digno para quedarnos en la categoría. Los resultados no llegaban, los ojos se nos salían de las órbitas con ciertas actuaciones individuales -siempre justificadas, igual les suena de algo- y todos los rivales, incluso en las pocas victorias cosechadas, nos pasaban por encima. “Calma y paciencia”, se escuchaba y leía una y otra vez. Sí, fue el año que acabamos haciendo (primera persona del plural, porque el Recre somos todos) el ridículo más espantoso de nuestra historia con aquel doble descenso: nos mandaron a Quinta. No a Tercera, como maquillaba cierto personal; no, no: a Quinta, a Quinta. Y eso fue ‘antié’.
Parece que hay gente que aún no entiende de qué va esto: estoy convencido de que el albiazul medio, sabiendo todo lo que hay detrás, no exige tampoco ahora el ascenso y menos en septiembre pero sí luchar por estar arriba porque, narices, no se merece menos; lo que no soporta (ni éste ni nadie normal) son sonrojos como los vividos en Sevilla o en gran parte del duelo de Mérida. Yo admiro y desprecio, a partes iguales, al que no le haya dolido la vergonzosa salida al campo del sábado. A mí me volvieron a sangrar los ojos en la casa bética y a los que tenía al lado, también. Seré un bicho raro, pero jamás me acostumbraré a que a mi equipo, al que yo también he visto en mil ocasiones con recursos justitos (muchos menos que los de ahora hasta cuando nos jugábamos la vida) le pisotee un grande, un mediano y, menos, un filial, pero allá cada cual con su nivel de amor propio y de orgullo.
Seguro que es temprano para que esto arda y justo por eso nadie quiere que se repita nada igual… ni que el tren se escape ya. Y no acusaría de histerismo, y menos tras el último bochornazo, a quien siente terror por lo visto, porque esto costó mucho salvarlo y volver a levantarlo como para contemplar ciertas actuaciones que nos retrotraen a tiempos de auténtico pánico. Pedir mucha más paciencia a una afición que lleva diez años fuera del fútbol profesional, que vio cómo regalaron -en tiempos- su club al peor personaje posible, que se echó a la calle sin cesar, que no abandonó ni en 3ª RFEF, que vio cómo se desinfló el equipo incomprensiblemente la temporada pasada, que vive en un sinvivir por lo que espera en un mes… es injusto, no me digan. Lo que hay que hacer con esa afición es calmarla a base de resultados ya. ¿O el filial que viene ahora también nos va a sacar a bailar y también se tendría que soportar? No es perder, es el cómo, y el que no aguante la presión de este escudo y de esta grada mal va. No apelen a la excesiva paciencia y bonhomía de la mayor parte de los fieles, más que probadas ambas condiciones, porque el límite de estos no tiende a infinito aunque a veces, por el cariño a su Decano, hasta eso lo haya tenido que enmascarar.
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