Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La confianza está rota
Ayer, mientras hacía la colada, reflexioné sobre la capacidad del ser humano de hacer cosas extraordinarias, de esas que no podrías hacer tú en la vida porque te parecen imposibles e inalcanzables. Hay personas, por ejemplo, que trabajan en una UCI, ponen inyecciones, operan a corazón abierto y hasta hacen colonoscopias. Otras se meten en minas a muchos metros de profundidad durante horas cada día de sus vidas. Hay periodistas que están haciendo reportajes en países que están en guerra, con un chaleco antibalas puesto mientras miran a la cámara y hablan.
Yo, cuando me toca analítica, me llevo tres días con el cuerpo malo, tengo pesadillas con que no me encuentran la vena y, por supuesto, voy acompañada, por si me mareo. Hice una vez espeleología y desde entonces me agobian los espacios reducidos. Lo que sí tengo claro es que si me encuentro en medio de un tiroteo no debo salir corriendo, tengo que hacerme la muerta; está visto y comprobado, es de primero de supervivencia.
Ese camarero o camarera que lleva veinte años trabajando de cara al público, y que te sigue regalando una sonrisa cuando te pone por delante el café con leche y la tostada. Que si el café está frío, que si está muy caliente; que me des Nivea para la tostada que me la has pasado demasiado, que si dos de sacarina, pero la tostada con zurrapa… El niño corriendo en medio del bar, el simpático de turno con las bromitas, los que no dan los buenos días y puede que no le paguen las horas extras. Veinte años, y aún sonríe cada mañana.
Percebeiras que se gritan “mar” cuando viene una ola que les puede hacer chocar contra las rocas jugándose la vida cuando faenan cada mañana, ¿perdona? Y algunos nos quejamos porque el aire acondicionado nos hace estornudar, y encima la cafetera a veces no funciona muy bien.
¿Y las personas que trabajan de noche? El ritmo circadiano a la basura, ¡para qué lo queremos!
No puedo dejar atrás una de las hazañas más heroicas y que se asume como algo normal: 400.000 mujeres se juegan la vida diariamente en el mundo dando a luz, y ¡muchas de ellas repiten!
Pienso sinceramente que se les olvida el primer parto, la naturaleza es así de sabia. El cerebro borra el dolor del alumbramiento y hace que no se acuerden de los años que se llevaron durmiendo tres y cuatro horas cada noche. El estrés, el cansancio, el miedo y las decepciones se convierten en agua de borrajas cuando la llamada de la selva vuelve a tocar en la puerta. Es que si no fuera de esta manera nos habríamos extinguido como especie.
Aún así los datos de la natalidad están por los suelos: ha bajado en España un 24,1 % desde 2013.
La biología y la razón están echándose un pulso ahora mismo, porque la sociedad en la que vivimos no ayuda, aunque esté aporreando la puerta el instinto maternal. Los problemas con la vivienda, la escasez de empleo, la precariedad y la ecoansiedad, entre otras muchas preocupaciones, hacen que las mujeres se piensen mucho lo de ser madres: muchas no lo piensan, porque si lo hicieran no lo serían.
Menos mal que hay gente pa tó. ¡Feliz jueves!
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