El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Estamos viviendo una época de cambios, novedades y nuevos estilos. La oratoria, los escritos, las conversaciones llevan otra línea a la de hace no muchos años. Estamos, los mayores, inmersos en otro mundo muy distinto para el que nos prepararon, pero con decisión y voluntad sabemos adaptarnos a él aunque nos cueste.
De las cosas que nos asombran están por ejemplo las actuaciones de algunos políticos en ese corazón del pueblo que debe ser el Parlamento. Cuando uno se pone a leer las crónicas de antiguas sesiones que calificamos de decimonónicas, descubrimos auténticas piezas oratorias, llenas de enjundia, bien decir, declamación y hasta cierto gracejo que daban a las intervenciones un punto de humor con ironía e ingenio. Hoy día notamos en las Cámaras de la nación sillones ocupados con buenas retribuciones, pocas intervenciones y muy lejos de un lenguaje elegante, culto, preparado y útil.
No hace mucho, en una intervención parlamentaria, un denominado ministro, y no por única vez, dedicaba sus malhumoradas palabras, más bien exabruptos malsonantes e ineducados, a una mujer, autoridad por supuesto, en su honrosa y entregada función de defender los intereses de su provincia, pisoteados continuamente por las altas esferas. Increíble. Pero todavía quedaba lo peor, que sus propios correligionarios, en vez de guardar un prudente silencio ante tan muestra de ordinariez política y personal, le arroparon y defendieron con sus opiniones. ¡Para que usted se pueda fiar del ganado que pasta en la misma jaula!
Decía la letra de una recordada y bella zarzuela: “Hoy los tiempos adelantan, que es una barbaridad…”. Eso sería antes, cuando se compuso la obra musical. Ahora vamos para atrás, como los cangrejos.
En religión existía “in illo tempore” un Catecismo llamado Ripalda, que en breves conceptos definía a las mil maravillas lo imprescindible para caminar en la fe. Falta hacía volver a él en las escuelas. Quizás también en los modos y costumbres de hoy se nota la carencia de una asignatura sencilla, en el olvido, que ya nadie recuerda: la Cartilla de Educación y Urbanidad.
No hacen falta grandes enunciados y extensas opiniones. Sólo claridad, brevedad y buenos profesores que sepan hacer llegar a los pequeños, para cuando sean mayores, el mejor camino para vivir con respeto. Pero por lo que se ve ese tren va por otra vía.
Siempre he creído que el problema de la juventud está en la escasa o nula preparación para ese salto a la vida actual, llena de nuevas realidades, pero a veces sin corazón.
Hay que servir a los demás, pero con espíritu lleno de voluntad, claridad de expresión amable y solícita. Con solidaridad y total ofrecimiento. No como ese sujeto, modelo de machista, mencionado anteriormente, que más que de político tiene piel de asno y forma fanfarrona de convivir y tratar a sus semejantes.
Todo nuestro apoyo a la valiente actitud y elegancia de quien se vio atacada actuando en nombre de una colectividad machacada en sus justas aspiraciones y nobles deseos.
En pleno siglo XXI el mundo se presenta atractivo, moderno, sugerente, pero en su alma se ha abierto una brecha de valores que lo pueden arruinar.
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