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Desde esta vertiente del Atlántico norte, en concreto desde la parte sur de la orilla de Occidente llamada Europa, asistimos, con el desapego y el desdén que dan nuestra lejanía, al planetario y cósmico suceso de que Elon Musk será el nuevo muñidor de la política económica de Estados Unidos. Musk es el hombre más rico del mundo, pelo más o menos. “Empresario, inversor, activista político conservador y magnate”, lo define la Wikipedia en la primera línea de su biografía. Con un programa económico en el que la Vieja Europa es un agente subsidiario y un socio de una OTAN que pierde peso en los intereses geopolíticos del nuevo Estados Unidos guiado por un renacido Trump, la estrategia global del país más poderoso militar, empresarial y tecnológicamente del mundo bascula hacia Oriente, donde habitan a su propio modo expansivo China comucapitalista y la decadente pero atómica Rusia que domina con mano de hierro Putin.
Occidente no es un lugar geográfico, sino un espacio cultural e institucional, en el que podríamos situar hasta a Corea del Sur, de mayoría religiosa cristiana, aunque atea en la práctica; como, por ende y al caso, lo es la propia Europa. De la mano de la proclama “America First” con la que Donald Trump ha ganado unas elecciones –en vez de ir a la cárcel–, y con el programa económico que en aquel país sí cotiza electoralmente, parece estar en curso una reedición de “la decadencia de Occidente” con la que Spengler dio título a una obra magna, hace justo un siglo. Ya en estos días, el príncipe tecnócrata Mario Draghi –que ha sido casi todo en la política italiana y europea sin haberse presentado a unas elecciones– también avisa de la comprometidísima tesitura internacional de la enorme y poliédrica Unión Europea, a la que podríamos considerar el oro viejo del cosmos occidental.
Elon Musk se erige como el rasputín yanqui del Gobierno de Trump, en su plutócrata de cabecera. El nuevo valido será el gran jefe de la Doge, esto es, el Departamento de Eficiencia Gubernamental, junto al más invisible Vivek Ramaswamy (al que uno, siempre desde lejos, no le arrendaría la ganancia en tal bicefalia). Dice de él el propio Trump: “Este maravilloso estadounidense allanará el camino para que mi Administración desmantele la burocracia gubernamental, reduzca el exceso de regulaciones, reduzca los gastos innecesarios y reestructure las agencias federales, algo esencial para el movimiento Salvar a Estados Unidos”. En fin, Feliz Navidad. Ya por pedir, que sea “maravillosa” como su Elon. Nuestro Elon.
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