José Chamizo

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Veritas Veritatis

02 de septiembre 2024 - 03:04

Tiene 19 años. Su historia tiene los mismos elementos comunes a otras tantas historias mil veces repetidas: invitación familiar a partir para buscar una vida mejor, patera en la noche, dos muertes en el camino, frío, miedo y llegada a Canarias desde Marruecos. Fue la primera vez que la muerte apareció en su joven existencia. Y lo marcó. Llegada, ingreso en un centro de menores. Pruebas óseas que determinaron que tenía 18 años. Una pregunta de los responsables del centro: “¿Para dónde quieres el billete de avión? Di una ciudad. Aquí no puedes permanecer más tiempo”. Él solo sabía que estaba en España, había oído hablar de la “ciudad más importante, la capital”, Madrid. Esa fue su decisión y allí llegó para malvivir por sus calles sin encontrar trabajo. Surgieron otras propuestas, las rechazó con rabia.

Abandonó Madrid, buscó trabajo en la zona de Murcia, donde permaneció unos meses trabajando en el campo. Alquiló una habitación, o mejor una cama, a precio de oro en un lugar cutre e insalubre. Terminada la campaña agrícola, alguien le habló de Huelva. Al llegar a Sevilla, la recolección de fresas había terminado. Con el dinero que le quedaba, alquiló una habitación con un desconocido. De nuevo, la búsqueda de trabajo -todos pedían “papeles”- acabó en frustración. Imposible conseguir nada. De nuevo a vivir en la calle: comedores, duchas públicas, problemas con las personas que aparcan... Su carácter se fue volviendo huraño. La alegría de la llegada dio paso a una decepción creciente acompañada de ciertos brotes de paranoia. Un grupo de jóvenes españoles le había atacado con violencia, uno de ellos había roto su móvil con saña: “Ya no hablarás más con la puta de tu madre”.

Vino a verme, insistiendo en huir a Huelva. Le expliqué que no había trabajo. Quería desaparecer de la ciudad de los jóvenes agresores. “No obstante, ven mañana y buscamos un billete de autobús, así lo compruebas por ti mismo”. Tan solo habían pasado unos diez minutos cuando escuché voces. Salí al pasillo y comprobé que se había hecho un corte profundo en el brazo con una cuchilla oxidada. Se desangraba. Me acerqué. Solo escuché: “Quiero morir”.

La rápida intervención de los trabajadores de Médicos del Mundo y de Sevilla Acoge evitaron lo peor. La chica encargada de la limpieza ya había llamado a la ambulancia, apareció también la Policía Nacional. Ingreso hospitalario. Estuvo una noche ingresado y al día siguiente lo visitó un psiquiatra, quien me llamó para decirme que fuera a recogerlo. No tenía nada preocupante. No me pude aguantar, le dije: “Ya sé que suicidarse está de moda, pero usted podía hacer algo más”. Fuimos a buscar al joven. Nos agradeció mil veces nuestra preocupación: “Gracias a vosotros vale la pena sufrir y vivir”. Hoy está en Huelva.

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