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Estos últimos meses el vértigo de las elecciones continuas hacen que estemos permanentemente en estado de shock informativo, inquietos mediáticamente con la posibilidad de que la reaccionaria ultraderecha nos empuje “al abismo”, a ese otro abismo que no es ni el ecológico ni el de los pueblos empobrecidos, un abismo democrático y moral. Aún falta la más mediática y “madre de todas las elecciones”, la estadounidense, aunque creo que allí se votará entre susto o muerte, y poco cambiará el panorama salga quien salga. El miedo empuja a los que votan desde uno u otro extremo, a los que quieren replegarse y a los que siguen confiando en el sistema actual, y en ese estado de ánimo interesado como siempre “ganancia de pescadores”, pero también, despertares.
La agitación generada por el auge ultra ha puesto en el centro del debate social una cuestión existencial, un debate sobre democracia, decidir si seguimos apostando por un modelo de sociedad que intenta converger en un contexto globalizado y capitalista, o si nos rearmamos nacionalmente para combatir con violencia los miedos que nos acechan, violencia figurada y real, de inspiración totalitarista. Y, milagrosamente, ese debate ha hecho que un país tan afligido políticamente como Francia reaccione, mandando a las urnas a mucha de la gente que habitualmente no ejercía su derecho al voto. El miedo en este caso ha funcionado en el sentido menos esperado, generando esperanza ante la temida derrota moral de un pueblo que hubiese aupado a los herederos de la ideología fascista, hubiese sido insoportable. Francia se da una tregua, algo ha despertado, veremos ahora si la altura de sus partidos políticos recoge esa esperanza.
Pero el pánico, los tira y afloja emocionales, no pueden ser el despertador que nos azuza, necesitamos una brújula que nos conduzca como humanidad a combatir esa otra espada de Damocles que hace tiempo se sitúa sobre nosotros, la del desequilibrio ecológico, donde la vida se queda sin futuro. Espero que despertemos también a esa otra catástrofe, tan peligrosa como la antidemocrática, tan urgente pero desplazada por nuestras miserias humanas, ese despertar necesitará audacia, convicción, renuncias y sobre todo, valentía.
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