El lado bueno
Ana Santos
La belleza de las metáforas
Alto y claro
María Jesús Montero ha sido desembarcada en Andalucía con dos misiones. La primera, obviamente, recuperar la Junta de Andalucía para los socialistas. Pero ese es un objetivo a medio plazo. Tendría que producirse un milagro para que en las próximas elecciones autonómicas Juanma Moreno no solo perdiera la mayoría absoluta, sino que quedara tan lejos de ella que tuviera que ceder el gobierno a la izquierda. Si Montero es realista y le gusta actuar pegada al suelo, y ambas cualidades se le suponen, debe pensar más en las elecciones de 2030 que en las de 2026. Aunque su llegada va a suponer un auténtico revulsivo y va a elevar la moral de su partido, el vuelco electoral no se va a producir a corto plazo a no ser que el PP andaluz se ponga nervioso y empiece a hacer todo lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora, que ha sido conducirse con pragmatismo y moderación.
Pero hay una urgencia a la que Montero tendrá que responder desde ya. El deterioro socialista en Andalucía es de tal magnitud que la sangría de votos experimentada pone muy difícil a Pedro Sánchez revalidar en la Moncloa, sean cuando sean las elecciones generales. Desde 2015 los socialistas se han dejado del orden del medio millón de votos y la región no sólo ha dejado de ser el granero del PSOE, sino que se ha convertido, junto a Madrid, en uno de sus grandes agujeros negros. La primera misión de Montero es salvar a Sánchez: hacer que la irrelevancia socialista revierta y el presidente pueda afrontar unas elecciones generales sin estar condenado a la derrota. La posibilidad de que esas elecciones tengan que adelantarse empieza a ser el comentario constante entre los más enterados de lo que se cuece en la política nacional.
Para conseguir este objetivo María Jesús Montero va a tener que superar todo tipo de obstáculos. El PSOE andaluz tiene problemas serios de proyecto y de equipos. Pero estos no son lo más grave. Lo que más debería de alarmar a la inminente secretaria general es que su partido ha perdido la conexión con la realidad social de Andalucía. De ser el que mejor se identificaba con las aspiraciones de los andaluces ha pasado a ser una fuerza que provoca rechazo. Durante décadas el PSOE fue transversal y hoy ese terreno se lo ha dejado entero al PP.
No lo tiene fácil Montero, que tendrá que lidiar con una situación nacional que desprende toxicidad y con una andaluza que puede presumir de estabilidad. Pero ella no está acostumbrada a retos pequeños.
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