El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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La aldaba
Hartitos estamos en la España consagrada al sector servicios de leer ofertas de empleo para camareros o incluso avisos que ruegan paciencia al cliente porque se reconoce expresamente que no hay los suficientes empleados en el bar para atender la demanda. Dependemos más que nunca del turismo, pero no generamos profesionales que atiendan a tantos visitantes. Paradoja se llama. Salen las notas de la Selectividad, se establecen las calificaciones de corte y se calculan las probabilidades de entrar en unos u otros grados (licenciaturas de solteras, antes de la influencia norteamericana) que tienen unos títulos estupendos, la mar de atractivos y con elevada empleabilidad, que dicen los analistas, los mismos que advierten que todo puede cambiar en pocos años, que ya se sabe que el mundo va a gran velocidad y los gurús se tienen que cubrir las espaldas. Pero no hay grados especializados en el sector servicios de verdad, más allá del plano teórico o, por supuesto, de los idiomas. Por eso la estimada Patricia del Pozo, consejera de Educación, tuvo el acierto de incluir en el título de la Consejería la referencia expresa a la Formación Profesional. Cada dos por tres conocemos los trastazos de gente que se creía capacitada para montar un bar, de profesionales que no entienden por qué no encajan como empleados, de decepciones que resultan inexplicables... porque al final falla eso de lo que nunca te advierten: la atención, el esmero, la diligencia a la hora de servir (que no de ser serviles). El personal tiene la costumbre de acudir al lugar donde se le trata bien. Sea un bar, un hotel, un taller de vehículos, una estación de servicio o el kiosco de la prensa.
En verano se disparan los casos de tratos desconsiderados, que no son solo los puyazos en las cuentas. Cuántas veces sufrimos la llegada a un bar donde sus trabajadores miran a todos lados menos al cliente, condenado ejercer de espectador del tenis al tener que seguir con la mirada al camarero de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Y mucho peor es cuando el tipo saluda a unos señores mayores, menores o de mediana edad: “¡Chicos, ¿qué vais a tomar?”. Horror de los horrores. Mejor no volver al sitio que enojarse. El uso de un simple y correcto “buenas tardes” y el empleo del usted están más acabados en España que la mirinda de limón. Estamos en la era cuqui de la falsa proximidad. Y eso se sufre mucho más en verano, cuando se aprecia mejor cómo patinamos en un sector en el que debiéramos ser líderes. Acaba usted ayudando a los jóvenes camareros a levantar los platos sucios mientras ellos dejan en la mesa los segundos, porque no les han enseñado a retirar antes los ya consumidos. Y así, decenas de detalles. Mejor cenar en casa. ¿La culpa? El bajonazo de una clientela que no demanda más calidad.
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