La ciudad y los días
Carlos Colón
Nunca estuvieron todos
No ha fallado. Han bajado las temperaturas, han caído cuatro gotas, ha menguado el sol, y ya han entrado los resfriados y los virus en casa. En la cocina ya tenemos montado el típico bodegón de otoño-invierno con jarabes, pastillas y limpiadores nasales. Los grados que bajan en la calle suben en el termómetro pegado al cuerpo. Unos por otros. Nada grave. Aún así, malditos sean los mocos, haciendo de las suyas en las fosas nasales. Ni toda el agua del mar pulverizada podrá desatascar ciertos atascos. De la mucosidad a la sinusitis, de la sinusitis a la pesadez craneal. Malditos también esos virus que entran por un cuerpo y pasan por todos los organismos vivos que alcanzan a su paso. Y maldita la tos que irrita impunemente las gargantas. Como bien dijera Lope de Vega, no tengo claro si en este contexto: quien lo probó lo sabe.
En el fondo son enfermedades amables, casi un recuerdo benévolo de la fragilidad de nuestros cuerpos, de que no somos inmunes al aire ni a la lluvia (¿alguien la recuerda? En nada aparecerá como una leyenda, como una profecía, como un accidente meteorológico que sucede más allá de las fronteras de la tierra conocida). Y con todo, estás enfermedades son algo pasajero, unas cuantas jornadas de mimos y cuidados. Todo lo mudará la edad ligera. El verdadero problema de estos días, el auténtico problema, es acertar con la elección en el armario. Desde el largo del calcetín al de la manga.
Ya es mala baba que el coche de Google Maps recorra estos días las calles y avenidas de Huelva, porque quedarán grabados días de extraña luz y extraños atuendos. Iremos al navegador o la aplicación para contemplar en el Street View a transeúntes digitales en pantalón corto y sudadera, junto a pantalones largos y camisetas, entremezclando chaquetas con hombros al aire. Si uno se para un segundo, hasta se podrá apreciar la verdadera belleza de lo humano: la diversidad.
Hasta más o menos el próximo cambio horario, no hay un código de vestimenta establecido. Albedrío. Y por un tiempo vestiremos al estilo propio del desatino, del azar, del instinto personal y de la tolerancia térmica de cada piel. Unas veces pasaremos frío, otras nos sobrará tela, otras habremos acertado. Un poco así, a lo loco, a lo imprevisto. El otoño se ha convertido en un hermoso simulacro de la vida.
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