Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
Nada puede extrañarnos que dadas las circunstancias, plenas de decepciones, acusaciones, delaciones y otros despropósitos sobre la gobernabilidad del país y sus constantes frustraciones, nos veamos obligados a insistir en que a estas alturas de la legislatura la ofuscación y la más decepcionante confusión sigan apoderándose del ánimo de la ciudadanía, sobre todo de aquella que se informa y pretende estar más al día sobre los acontecimientos políticos de España y de la gestión de quienes se ocupan de administrarla y de controlarla, si es posible, que puede ponerse en duda. En este trance no cabe en cabeza humana legítimamente democrática que el Gobierno, que presuntamente rige el país, lo que puede aumentar la duda tras las implacables y sucesivas derrotas parlamentarias del Ejecutivo, dependa de un comisionista que ha decidido tirar de la manta –dicho en idioma popular– y, entre otros, –de un tránsfuga, un delincuente que perpetró un golpe de Estado, uno de los delitos más graves que pueden cometerse contra un régimen institucional legalmente establecido–, mendigando su apoyo en una nación extranjera, tras seguir logrando de este Gobierno mendicante las continuas exigencias que se le imponen, en una interminable sucesión de insaciables demandas abusivas e insolidarias, en las que el cupo o la “singularidad” es el colmo de la voracidad recaudatoria del nacionalismo catalán y su inagotable intransigencia.
Afirmaba Emiliano Sánchez Page en la celebración del Día de la Constitución, festejada por muchos con artificiosa euforia más que con sincera convicción o para conculcarla a diario: “Nunca antes había pasado, como ocurre hoy en esta España crispada y polarizada, de muros y de fuentes, de insultos y ruido, que sea posible definir la serenidad, la tranquilidad, la sensatez y el sentido común como atributos políticos casi revolucionarios, por infrecuentes y desusados”. Porque hablando de ruido, o de fango, o de bulos o de todas esas monsergas con las que nos aburren Sánchez y su cohorte sectaria, prodigadas sincronizadamente hasta la saciedad, ruidosos, excesivos, constantes y obsesivos fueron los aplausos del congreso de los sumisos –al más puro estilo norcoreano– celebrado hace días, donde pudimos contemplar asombrados y al borde de la alucinación la exaltación de la corrupción de los Eres y el elogio agradecido a sus condenados artífices. O la proclamación del mismo Sánchez, invocando una reforma de la Constitución para blindar derechos que considera en peligro por lo que él denomina “avance reaccionario” de Vox o del PP. Es decir, apropiarse también de la Carta Magna a su medida y a su irrefrenable afán autocrático.
Ahí están, aunque nos resulte penoso, esos millones de españoles que comulgan con ruedas de molino, aguanten corrupciones, imposturas, mentiras, abuso de poder, quizás porque viven de él, por su militancia o ideología inquebrantable, por emoción o resignación con tal de que no gobiernen “los otros”.
También te puede interesar
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Liderazgos
Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Monsergas
Envío
Rafael Sánchez Saus
Felicitación homérica