Movidos por el miedo

09 de febrero 2025 - 03:09

Hace una semana realicé un curso presencial obligatorio para poder seguir conduciendo camiones. Si tienen curiosidad de para qué tenía yo que hacer ese curso se lo cuento en otra ocasión. El caso es que todas las personas que hicimos el curso lo necesitamos para poder seguir trabajando. Todos y todas los conductores y conductoras de autobuses y camiones que ustedes se cruzan por la carretera tienen que hacer este curso cada cinco años. En él se nos recuerdan nociones de seguridad vial, conducción eficiente, qué hacer en caso de accidente… y se nos pone al día sobre los cambios normativos habidos durante los últimos cinco años en materia de tráfico y transporte de mercancías o viajeros. Evidentemente se aprovecha el curso para sensibilizar sobre la importancia de evitar el consumo de drogas o el uso del móvil mientras se conduce.

Estos cursos están detrás, junto a las mejoras tecnológicas y de las infraestructuras, de que, pese ha haber multiplicado por cuatro el número de desplazamientos por carretera, el número de accidentes se ha reducido con respecto a 1978 un 65% y el de víctimas mortales en estos accidentes es 6 veces menor que entonces.

Hasta ahí todo bien. Sin embargo este artículo no pretende hablar sobre tráfico si no sobre los motivos que nos llevan a hacer un curso como el yo hice el fin de semana pasado, sobre la obligatoriedad de los cursos de prevención de riesgos laborales que todas las empresas o del reciclaje y la formación continua en todo tipo de profesiones. La razón por la que escribo esto es que entre la conciencia clara de que necesitamos formarnos, mejorar nuestras capacidades para ser mejores profesionales y esos cursos, se interpone, paradójicamente esa obligatoriedad. No los hacemos para mejorar, los hacemos para cumplir un trámite y lo peor es que quienes dan esa formación también parecen planteárselo así.

El colmo de esto lo vivimos durante el curso que hice la semana pasada. Uno de mis compañeros sufrió una situación que en cualquier otra circunstancia le hubiera eximido de seguir participando en la actividad: su mujer acababa de perder el hijo que esperaban. Sin embargo aquí la norma se impuso sobre el sentido común y él tuvo que seguir allí en vez de centrarse en lo que acababa de sufrir. Un sin sentido que sólo puede explicarse desde la falta de compasión y el miedo a perder nuestros trabajos. Lo contrario a lo que debiera regir estos temas.

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