Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La confianza está rota
Tirando del hilo
Dentro de un ambiente bucólico, tres mujeres agazapadas aparecen en una escena cetrina. Las pintó Jean-François Millet en la Francia de 1857. Con Las espigadoras, el pintor quiso reflejar a las mujeres pobres que, una vez realizada la cosecha, recogían las sobras de la colecta diaria. Contaban con pocas horas antes de que el sol arrojara sus últimos incentivos para recolectar las migajas de trigo olvidadas. Un trabajo rudimentario para el cual usaban un único aparejo formado por diez hábiles dedos.
En ese momento, las mujeres de nuestra historia vinieron a visitarme. Curtidas en el aguante y el sacrificio, las mujeres rurales se encargaron de cuidar nuestros campos, de segarlos o vendimiarlos, de ordeñar nuestro crecimiento y cuidar de nuestras raíces. Entre sudores, nos enseñaron la igualdad del campo sin saber leer, mientras, momentos antes de parir, seguían labrando, estoicas, por un futuro falible. Ya desde la prehistoria, la mujer tuvo un papel encomiable para el devenir de nuestro presente. Lejos de parecerse a una flor inánime como defendía Hegel, cuando el hombre salía a cazar, la mujer se quedaba a cargo de los hijos, tejía las pieles para templar los gélidos cuerpos y se dedicaba a idear herramientas para conseguir raíces y tubérculos, creando así la primera revolución de la historia. Lejos de la postura sumisa, las mujeres no aguardaban hambrientas y dependientes, sino que eran ellos los que, a veces, volvían con las manos vacías y se preguntaban: "¿Habrán encontrado algo que llevar a la boca?".
Las mujeres rurales forman una cuarta parte de la población mundial. Tienen un rol clave en la agricultura, la alimentación y la nutrición de la familia. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan patrias enteras. Muchas de ellas sufren aislamiento, la difusión de información falsa y la falta de acceso a tecnologías. En esta pandemia han tenido un papel cardinal, ya que han encarnado un trabajo de cuidados no remunerado y que va en aumento. Por ello, urge crear medidas para aliviar la carga del cuidado y distribuirla entre mujeres y hombres para así, crear conciencia sobre sus luchas, sus necesidades y el papel inobjetable e invisible que protagonizan. Según la ONU, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas.
Ganaderas, agricultoras y labradoras de estaciones pretéritas y continuas. Vosotras, que pisasteis cuando no había camino, que obrasteis sin entender de reconocimiento. Pilares silenciosos que compusisteis la melodía lisérgica de nuestro bienestar. Sin vosotras, ¿cómo vamos a entender lo que somos? Si muere lo rural, ¿qué nos queda? Vosotras, mujeres de hoy, que sembráis la semiente que nos alimenta, que tejéis la urdimbre de nuestra prosperidad. Vosotras, que movéis el mundo.
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