Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Natividad
Yo escribía hace 20 años, en los inicios de esta columna, que mientras algunos ambientes se ven inundados estos días por el espíritu de la Navidad, que tiene significados entrañables, otros parecen impregnados por ciertas corrientes antinavideñas, desacralizadoras, que pretenden algo tan extraño e incoherente como una Navidad laica, llena de significados de inconcebibles paradojas. Han surgido en los últimos tiempos corrientes contrarias a ese sentido navideño, considerándolo poco menos que retrógrado e inmovilista, desgastado e incómodo, que ha alcanzado a distintas esferas del pensamiento y de la creación artística. Es tan curioso ver cómo se han entronizado símbolos, imágenes y personajes venerados y míticos en otras latitudes, tan lejanos a nuestras costumbres e importados por muchos de aquellos que, por intereses económicos o espurios, los han tomado como símbolo, aunque aborrezcan a esa sociedad a la que tanto imitan.
En esa precipitada y compulsiva prisa por adelantar la Navidad, que no es más que una promoción comercial a una escala espectacular, excesiva y prácticamente acromegálica en muy diversos aspectos del consumo y la gastronomía, se han desmesurado las dimensiones, las formas y el carácter de esos símbolos ajenos a nuestra tradición, a nuestras costumbres, a una manera más íntima y familiar de celebrar la Natividad, el nacimiento de Jesús de Nazareth, un acontecimiento sustancialmente religioso para los creyentes pero de repercusión histórica y excepcional para el mundo entero y muy singularmente para la trascendental civilización occidental. Por eso la recreación ideológica de la historia, emprendida esencialmente por la izquierda –aunque sus seguidores no renuncien por ello a todo tipo de celebraciones en estos días, propios de su habitual conducta hipócrita y sectaria– se ve contrariado tanto por los que han materializado estas fechas como lo que un colega en la comunicación y entrañable amigo llama “las fiestas del regalo” y los que las celebran conmemorando con unción y regocijo el Nacimiento de Jesús. Ya lo dice la poesía popular: “Pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos/ ¿qué haremos naciendo Dios?”.
Nació el Niño Jesús y el amor y la esperanza iluminaron todo un mundo de bienaventuranzas. Nadie lo describió mejor que uno de nuestros más grandes poetas, Luis de Góngora: “Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno/ ¡qué orgulloso que está el heno/ porque ha caído sobre él!”. El nacimiento de un niño supone siempre una gran alegría. Es más, mucho más, cuando vivimos una afligida época en que escasean los nacimientos hasta extremos verdaderamente preocupantes que plantean muy malas perspectivas de futuro. En el terreno de lo anecdótico, en unos tiempos de regalos y juguetes, esta situación presenta daños colaterales de menor trascendencia: el sector juguetero se lamenta: menos niños, menos ventas de juguetes. Lo cual resulta muy desalentador en estos momentos de tan deseada felicidad.
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