Notas al margen
David Fernández
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Aunque el puritanismo jamás desapareció del todo, el neopuritanismo que ahora vivimos, sea de derechas o de izquierdas, está alcanzando una dimensión alarmante. Ante el problema de cómo vivir juntos a pesar de nuestras diferencias y discrepancias, además de cuantos apelan al sentido común y al diálogo, reaccionan los ultraconservadores con la secular exigencia de un modelo caduco y ya imposible. Pero, al tiempo, la izquierda ha entrado sorprendentemente en el mismo juego: la cultura de la cancelación, el punitivismo penal o la persecución de la libertad de expresión son señas propias de una siniestra redefinida.
De ella, cabe preguntarse cuál es el hilo que conduce del prohibido prohibir del 68 a este mundo en el que se ordena un comportamiento ejemplar, se amenaza al disidente con la muerte civil e impera una agobiante ortodoxia. O, dicho de otro modo, por qué y cuándo extensos sectores de la izquierda adoptaron una actitud regresiva y negadora de la autonomía personal. Constructos como la “ideología woke”, que en teoría buscan un mayor respeto de las minorías, han derivado en un dogmatismo opresivo, acaparador de la verdad, capaz de arrogarse la facultad de determinar lo bueno y lo malo.
En opinión que comparto, el politólogo Manuel Arias Maldonado señala que el puritanismo agresivo exige la exclusión de los puntos de vista alternativos. Y como la coexistencia de ideas plurales constituye la esencia de nuestra democracia, ha de convencerse al pueblo de que tal pluralidad liberal es falsa. Por esa vía, señala Arias Maldonado, volvemos al obrero que Marx discurría inoculado de “falsa conciencia” por el Estado burgués o a la tesis de Foucault según la cual las sociedades liberales conducen a la minoración de la libertad individual. Únicamente el despierto (woke) dicen que alcanza la comprensión de semejante, y para mí errónea, certeza.
El revolucionario, razonaba Marcuse, tiene el derecho a suprimir la falsa libertad del otro. Por ahí, al fin asoma el viejo exceso de Lenin: libertad ¿para qué? El neopuritanismo de izquierdas, que pretende imponer aquello de lo que no supo convencer, es la gran novedad de nuestro siglo. Y el mayor desafío que todo verdadero demócrata debe afrontar hoy. Éste, y su némesis en el flanco diestro, persiguen la destrucción de nuestras conquistas. Así que lecciones, vengan de donde vengan, las justas. Y menos de apóstoles malintencionados, sin autoridad ni dignidad.
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