Tus niños me molestan

"Por olvidar, hasta nos hemos olvidado de que fuimos niños una vez. Quienes justifican todo esto se agarran a un problema de educación: de padres que no saben, de niños consentidos… pero es mentira"

10 de mayo 2023 - 06:00

El cartel de la puerta (grande, colorido, claro) no deja lugar a dudas. Con un eufemístico Adults Only, el restaurante advierte al visitante de que allí no puedes ir a comer con los niños. Lo ponen en inglés y con iconos divertidos, pero en realidad es una prohibición, probablemente tan denigrante como el veto a las mujeres, a los gais o a los calvos, solo que en este caso la consentimos y hasta la aplaudimos. No es coña: casi un 9% de los restaurantes y hoteles españoles impiden ya que los niños entren en sus instalaciones, y lo más llamativo es que se trata de una tendencia al alza: hace dos años eran el 5%.

Esta paranoia colectiva se extiende hasta niveles insospechados: el restaurante O Fragón de Fisterra, en la Costa da Morte gallega, obliga a los niños menores de 12 años a “permanecer sentados durante toda la comida”. Lo peor es que hay gente, mucha gente (puede que incluso tú, querido lector), que cree que todo eso está muy bien. Por lo visto, ahora los niños no pueden comportarse como niños, así que los padres tenemos que andar todo el tiempo pidiendo perdón a todo el que se siente molesto por su presencia. Nuestra obligación es reprimir cualquier conato de conducta infantil, y si podemos esconderlos, o incluso dejarlos en casa, mejor. Algunos ya le han puesto nombre: la niñofobia, pero en realidad en esto no hay ningún miedo a nada. Solo es un apartheid en toda regla. Los adultos nos creemos el ombligo del mundo. Nuestra vida, nuestro trabajo y nuestra diversión están por encima de todo lo demás, así que los niños nos resultan una incomodidad, un estorbo, porque hacen ruido y se mueven.

Joder, si hasta pretendemos que vayan a ver una peli de dibujos al cine y se queden callados. Pretendemos vivir en un mundo de niños silenciosos, que se quedan quietos en su sitio, y hasta hemos llegado a idealizar nuestra propia infancia: “Yo no me movía de la mesa”, nos decimos, como si fuera verdad. Se han normalizado frases tan brutales como “yo es que no aguanto a los niños”, y nos reímos de gracietas como la de “los niños deberían estar amarraos” sin ni siquiera plantearnos que correr, hablar, saltar o gritar, todo junto o por separado, según el caso, es precisamente lo que tienen que hacer los niños si queremos que lleguen a ser adultos mentalmente sanos.

Por olvidar, hasta nos hemos olvidado de que fuimos niños una vez. Quienes justifican todo esto se agarran a un problema de educación: de padres que no saben, de niños consentidos… pero es mentira. No pueden, o no quieren, reconocer lo que les pasa: se creen superiores. Piensan que por ser adultos el mundo les pertenece solo a ellos. Que son (que somos) prioritarios. Sus habitantes preferentes. Somos -pobres idiotas- la única raza capaz de despreciar así a sus cachorros. A su única garantía de supervivencia como especie. Aunque, visto lo visto, a lo mejor no está tan mal. Lo de extinguirnos, digo. A lo mejor es una buena idea.

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