No a la guerra

Hace unos años, Aznar abogaba por una intervención armada en Irak, formaba parte del trío de las Azores -junto a Bush y a Toni Blair- y ponía las piernas sobre la mesa del presidente norteamericano mientras se fumaba un habano. La población española salía a la calle gritando no a la guerra, denunciando las mentiras de las armas de destrucción masiva, haciendo sonar cacerolas desde las ventanas de su casa. Cuando Zapatero llegó al poder sacó a las tropas españolas de Irak.

La sociedad civil clamaba por la paz, en aquel entoces. Todos llevábamos en la solapa una pegatina con aquello del No a la guerra. Hoy Gaza está siendo bombardeada un día sí y otro también, están siendo masacrados mujeres y niños, se destruyen escuelas y hospitales, se está produciendo un genocidio en toda regla. En Ucrania ocurre algo parecido. La población civil española parece anestesiada. Ya no somos pacifistas, no salimos a la calle y aceptamos casi sin rechistar que la solución es el rearme europeo. Más dinero para la guerra. Nos lo venden como que la inversión no es militar sino en seguridad, aunque como decía un amigo mío ¿para qué sirve un tanque, y un fusil de asalto, y un misil? Parece claro que sólo sirven para matar. No conozco a nadie que se vaya de viaje de placer en un tanque o que decore su casa con un misil tierra aire.

Y eso que nadie quiere la guerra. Si preguntaras uno a uno a todos los habitantes del planeta, prácticamente la humanidad entera, sin distinción de razas, religiones, lenguas y costumbres, todos darían la misma respuesta. Todo el mundo quiere la paz. Nadie tiene un interés específico en matarse así por las buenas. Bueno, seguramente alguien habrá que salga ganando con todo esto, ¿la industria armamentista? Poderoso caballero es Don dinero.

Entonces, por qué la guerra. Para algunos pacifistas hay guerras porque hay ejércitos y si hay ejércitos es porque hay armas. Y las armas, como decía Manuel Vicent, “se alimentan de carne humana y son insaciables, es lo que en estrategia se llaman daños colaterales”. Los ejércitos no lo saben. Creen luchar por la justicia o por la libertad o vaya usted a saber por qué. “Los mandos militares se levantan, se duchan, desayunan, dan un beso a su niño que duerme abrazado a un peluche y se despiden de su mujer: ¡adiós, querida!, ¡adiós, amor mío, que tengas un buen día! Y cada uno se va a su base respectiva a obedecer a las armas que son las que crean la necesidad de matarse”. Otra vez Manuel Vicent.

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