Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Yoli, lo peor que nos ha pasado
Martha Graham, bailarina y coreógrafa, considerada la madre de la danza moderna, decía: “La danza es el lenguaje oculto del alma”; y una coetánea suya, escritora y música, llamada Vicki Baum, aseguraba que había atajos para la felicidad, y el baile era uno de ellos. Quizás lo dijeron después de escuchar a Chuck Berry cantar y tocar la guitarra, o en un viaje a Cuba después de bailar con un mulato El Manisero. Quién sabe.
Bailar fortalece las conexiones neuronales mejorando la coordinación motora. Además se liberan endorfinas, por lo que se reducen los niveles de ansiedad y estrés. El baile hace que se nos activen diversas áreas del cerebro y esto produce una mejora en la memoria, manteniendo ágil y saludable nuestra mente. No es sólo mover el cuerpo al compás de una melodía… Cuando bailamos se inicia un fascinante proceso en nuestro cerebro; da igual si se hace bien o mal, lo importante es participar.
Las que disfrutan de todos estos beneficios cada semana son las más de sesenta mujeres que asisten fieles a su cita en el Palacio Mora Claros: no llevan vestidos de la época ni se rigen por las normas de la sociedad de principios del siglo veinte, época en la que se construyó esta casa palacio. Sin embargo se puede sentir, en ese salón con suelos de madera, todo lo bueno que les hace sentir la música y el baile. Las vidrieras y los azulejos son también testigos, después de tantos años, de historias de lucha, de amor, de sufrimiento y de esperanza.
Algunas dejan en casa a maridos convalecientes y otras dejan en el sofá a la soledad que cada día las acompaña. Hay mujeres que se olvidan por una hora de sus dolores y vienen cojeando a clase para intentar moverse al ritmo de un bolero. En sus ojos veo a veces la tristeza, sólo unos segundos, entre canción y canción. Rápidamente llega Raphael cantando Escándalo y la tristeza vuelve a esconderse; o las Azúcar Moreno diciendo que sólo se vive una vez, o Gloria Trevi inundando de energía todos esos corazones tan grandes que no les caben en el pecho. Todas ellas con historias que servirían para escribir mil novelas: heroínas sin capa, protagonistas de los mejores relatos nunca escritos y a veces mártires incomprendidas.
Estrella tiene 86 años, no pierde el ritmo ni cuando canta Elvis un rock and roll. Encarni tiene 80 y casi no ve nada: se pone en primera fila para intentar ver cada movimiento. El primer día se trajo una toalla que tiene más años que yo: estaba sin estrenar, era del ajuar de cuando se casó. Antonia espera impaciente a su hijo a que le de el relevo para poder venir corriendo a clase: tiene al marido recuperándose de una operación. De la Rosa se pone en la última fila para hablar con las amigas, se cree que no la veo; y Manuela me pide que ponga música más actual.
Me gustaría nombrar a cada una de ellas, ponerles esa alfombra roja que se merecen cuando llegan al palacio, porque son todas reinas aunque no lleven corona. Yo estoy rendida a sus pies, sus sonrisas son las mías y mi aplauso después de cada canción es para ellas. Te deseo un feliz baile.
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