22 de septiembre 2024 - 03:09

Decir que no se está convirtiendo en una práctica de riesgo. En este camino hacia la infantilización social que tan vulnerables y tan poco críticos nos hace, gran parte de las decisiones que debemos tomar cada día estén embadurnadas de una capa de condescendencia, tan falsa como interesada. Decir que no nos sitúa en el peligroso espacio de los disidentes, de los raros, de los alejados. El márquetin comercial lo sabe perfectamente y lo utiliza con soltura. Cualquier llamada publicitaria que recibamos, a esas horas siempre inoportunas, planteará la oferta de forma que parezca de idiotas decir que no, cuando todo el mundo sabe que lo único que quiere es captar un cliente. Un vendedor convincente nunca dirá que no, siempre dirá sí, aunque no tenga el producto: sí me llegará más tarde, sí lo estoy esperando, sí le queda bien…

La ley estrella de la anterior legislatura, la que venía a proteger a las mujeres de la violencia machista, se conoce como la ley del “sólo sí es sí”, cuando bien podría haberse denominado ley del “no y punto”, mucho más clara y contundente. La salud mental se resiente cuando contantemente nos machacan con mensajes del tipo: “puedes conseguir todo lo que te propongas”, en vez de ayudarnos a integrar nuestras contradicciones y limitaciones y ser feliz con ellas, sin compararnos constantemente con los demás. No voy a correr nunca una maratón y no por eso tengo que sentirme desgraciado.

En este contexto de abundancia de síes, mi experiencia personal, a pie de calle, utilizando los noes, me ha puesto en algún que otro aprieto. Llamar la atención por un acto incívico básico, del tipo no recoger la caca del perro, o por advertir al conductor de un coche por haber cogido a contramano en una calle cerca de una guardería poniendo en riesgo a los peatones, me ha costado, desde el insulto zafio a, directamente, la amenaza física y verbal.

Deberíamos reivindicar nuestro derecho a ejercer el no, el no a quien abusa de nuestra inteligencia sabiendo que lo dice es directamente falso, el no a la guerra (¿se acuerdan lo fuerte que fue esa reivindicación, tan clara y directa?), el no a la explotación laboral, ni al lavado verde de quien más contamina, el no a lo que no va bien y queremos cambiar. En un mundo tan adoctrinado y tan adormecido, decir que no nos sitúa en la trinchera, en la atalaya y en el puesto de vigía, atentos para que no nos la cuelen, otra vez.

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