Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
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Su propio afán
El descenso de la natalidad empieza a calar en el debate público. Juan Soto Ivars y Daniel Gascón le han dedicado sendos artículos. A las voces que clamaban en el desierto contra la desertificación demográfica se les suma una caravana a medida que el desierto empieza a extenderse más que el del Sahara por Almería.
Lara Doval, bellísima miss Cataluña, ha ayudado lo suyo. Al ser preguntada, confundió “natalidad” con “notabilidad”, y ha dado notoriedad al tema o viralidad. El presidente de Pascual, Tomás ídem, ha dicho que “el niño ha desaparecido” y que eso ha provocado el 80% del descenso de la venta de leche. De la desaparición del niño también sabemos mucho en la enseñanza. Ya se cierran aulas.
Mis admirados amigos Alejandro Macarrón y Francisco José Contreras han sido pioneros en lanzar hasta la afonía la voz de alarma. Comparto su preocupación, aunque no todas sus causas. Aseguran que las consecuencias para la economía y para la subsistencia de la nación misma serán devastadoras. Yo creo que la tecnología suplirá la mayoría de las necesidades básicas. Y que el aumento de la esperanza y de la calidad de vida permitirá que unas sociedades más avejentadas mantengan el ritmo.
Esta concesión a mi optimismo no quiere decir que no vea la gravedad del problema. Con independencia de pronósticos y proyecciones, que nazcan menos personas destinadas al amor y a la belleza, a la libertad y a la creatividad, es una tragedia multiplicada, aunque no tuviese repercusiones macroeconómicas. Estoy, para explicarme mejor, con el Frank Capra de Qué bello es vivir. Veo los grandísimos agujeros negros que deja en la historia cada persona que no nace. Y también comparto los avisos de la terrible soledad que nos acecha en una sociedad de hijos sin hermanos y de ancianos sin nietos.
Además, hay amenazas para mi optimismo tecnológico. Porque si menos jóvenes van a echarse el país a las espaldas, tendrían que estar más preparados. Y aquí recuerdo a miss Cataluña. Lara Doval dijo que le preocupaba la notabilidad. Y a mí. Los atenienses eran señores de muchos esclavos, los españoles del mañana tendrán que ser señores de muchas tecnologías y de enormes responsabilidades en escasísimas manos. ¿Están siendo preparados para lo que se les viene encima? Serán menos, ya se sabe, pero deberían ser más notables. Un cóctel de poquísima natalidad y de pésima preparación académica y moral ya sería molotov.
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