El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
La crónica de hace unos días cifraba en más de 42800 las personas muertas y en más de 10000 las desaparecidas en la franja de Gaza desde que Israel comenzó la masacre. Son ya demasiados meses, y como es habitual los desastres que se prolongan en el tiempo terminan asumiéndose como “algo más” del paisaje colectivo; cada vez se escucha más el lamento ¿cuándo parará el genocidio?, como si del destino dependiera, y menos la exigencia de responsabilidades internacionales a Israel y a sus socios; el desánimo y la desesperación son la antesala de la indolencia. Además, tanto con esta agresión indiscriminada a Palestina como con la ofensiva de Rusia contra Ucrania, se está poniendo de relieve la incapacidad de las organizaciones internacionales para intervenir, y muy especialmente la utilidad de la propia ONU, y eso sí que es peligroso porque, aunque simbólico, ha representado el único contrapoder ante los deseos expansionistas de muchos.
Recordemos que, a punto de acabar la segunda guerra mundial, en junio de 1945, cincuenta y un países firmaron la Carta de las Naciones Unidas, donde se comprometían a “Mantener la paz y la seguridad internacionales”; aunque realmente la Asamblea General, que sería el espacio común de todas las naciones adheridas, solo podría “hacer recomendaciones”. Sería el Consejo de Seguridad, donde los vencedores de la II Guerra Mundial tendrían carácter permanente, quien recogería la responsabilidad real y última de mantener la paz y la seguridad internacionales. Parece claro que ese Consejo no ha servido para cumplir con el objetivo que tenía establecido. Como ejemplo el caso de Palestina, que desde que la resolución 181 obligó a compartir el territorio a palestinos e israelíes, el Estado hebreo nunca la ha respetado y nadie le ha obligado a cumplirla.
¿Se puede hacer algo para obligar a Israel a parar su violencia contra Palestina? ¿Cómo reforzamos a la ONU para que sea un instrumento mundial de paz y estabilidad? No soy muy optimista, la verdad, al igual que fue una devastación planetaria la que creó la Carta de las Naciones Unidas, espero que no sea algo parecido la que brinde una solución post-catastrofista. Tendrá que ser la presión de los países menos alineados y la de ciudadanía global la exija una reforma de la institución, que elimine al menos de la ecuación al Consejo de Seguridad. No parece fácil, pero más difícil es sobrevivir en Palestina, en el Líbano o en el Sáhara, y la gente lo hace.
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