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La historia, nos dicen, es pendular. Tiene sentido que, al racionalismo que caracterizó a la sociedad occidental en el siglo XX, lo haya sustituido el posmodernismo: la exaltación del relativismo absoluto y de los sentimientos. Resulta que la realidad no era lo suficientemente amable como para dejarse domesticar por nuestro optimismo tecnológico. Toda nuestra capacidad llegará, como mucho y con suerte, para adaptarnos de forma rudimentaria a los escenarios que traiga el cambio climático. Y ya vemos qué ha sucedido al venir una pandemia: todos encerrados, como en tiempos de Boccaccio.
La época actual bien podría encuadrarse, de hecho, en una suerte de nuevo barroco, marcado por los absolutos de la emoción, la apariencia y la virtud. La emoción –incluidos la autopercepción y el deseo– se muestra como un valor de cambio mucho más valioso que la propia realidad material: si lo deseas, llegas; si le pones voluntad, lo consigues; si lo crees, creas. ¿Qué es una mina de esmeraldas frente a una buena actitud y unos cuantos burpees? ¿Qué peso tiene la biología frente a un trozo de papel? Abracadabra. Recen. Crean. Salten al vacío.
Norbert Bilbeny desarrolla en Moral barroca el peso de la apariencia que comparten nuestro siglo y el XVII. Si en el barroco, el teatro funcionaba como gran evasión ante un mundo que parecía implosionar –nuevos credos, nuevas tecnologías, imposibles de mundo nuevo descubriéndose cada día–, es difícil encontrar una pantalla más grande de juegos de realidad, de verdades y mentiras, de narcisismo, humo y espejos, que la actual. Nuestros móviles han terminado siendo ese famoso cristal oscuro a través del cual los humanos nos asomamos a la realidad.
Y, por último, la virtud. “Todo el mundo necesita ser woke”, decía esta semana Kamala Harris. Más allá de su uso arrojadizo como insulto, lo woke funciona como un discurso totalizador, que aboga por estar “en el lado correcto” de la historia –antes , monarcas e Iglesia marcaban qué pensar y qué decir; ahora, te lo dice Kamala–. Las asunciones enajenadas de pureza (por procedencia, sexo, creencias o gustos dietéticos) parecen superponerse a los hechos concretos: otra cuestión muy propia de los tiempos barrocos. Los axiomas se declaran desde los nuevos púlpitos (las redes) y desde allí, también, se nombra lo que es anatema. Y se delata y lincha a quien ose cometerlo, y se producen marcajes por mero contacto. Por tener, hoy día tenemos hasta brujas: llámala feminazi, llámala terf, llámala Charo, llámala Karen.
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