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La inauguración el martes pasado de la nueva terminal de pasajeros del Muelle Sur ha revelado para Huelva un sensacional edificio, digno de ser puerta de entrada para visitantes a esta tierra, a pesar del entorno portuario en el que se encuentra, poco acogedor para el turismo.
Dicen que las comparaciones son odiosas pero la referencia era inevitable: más de uno allí pensó que esa nueva construcción bien debería admirarse en la ciudad, quizá como estación de trenes, tan atractiva como funcional, en otro acceso para visitantes que debería ser el principal para Huelva y su provincia.
La cacareada llegada del AVE desde hace 30 años, más intensa en periodos electorales, llegó a arrastrar a la estación como infraestructura complementaria que debía convertirse en símbolo de la nueva Huelva de progreso que contaría con el tren de alta velocidad como motor de crecimiento.
Fue tan así que hubo un punto de paroxismo justo quince años atrás, en diciembre de 2007, cuando el arquitecto de moda de la España de gasto alegre, Santiago Calatrava, llegó de la mano de la ministra de Fomento de entonces con la maqueta de una terminal ferroviaria que incluía un rascacielos imposible. Apenas se levantaría 353 metros del suelo, para ser el edificio más alto de Europa en ese momento, en terrenos de la marisma del Titán destinado a ser un incomparable hotel para el resto del país.
Aquella fulgurante bengala se apagó tan pronto pasaron las elecciones. Y fue entonces cuando hubo un destello de cordura y se anunció un concurso con la finalidad de, efectivamente, diseñar una estación de envergadura para la llegada del AVE. Fue el arquitecto cordobés Rafael de La-Hoz quien salió ganador con un proyecto que ya poco después, adentrados aún más en recesión, se descartó para su construcción. Ni se le dio el beneficio de la duda. Ni tan siquiera se pospuso.
Esa espectacular estación, más terrenal que la de Calatrava, habría encajado realmente en las necesidades de una ciudad que merece el cariño que nunca ha tenido de la Administración central. Con él se habría dado un impulso para el desarrollo de Huelva, aunque tocara luego esperar un poco más al AVE. Si es que quizá esa fue realmente la causa de no ejecutar tan colosal (pero realizable) obra. Diez años después seguimos sin proyecto, sin trazado y con un servicio deficiente.
No trascendió el coste que habría tenido la ejecución de ese proyecto. Sin más explicaciones, se descartó. No era el momento, decían. Y fue así como se dio paso a otro proyecto residual, austero, contenido e impersonal, inaugurado en 2018, tres años después del derribo del puente de la Avenida de Cádiz.
Hasta 46 millones de euros se fue el coste de la estación término (apeadero para los más críticos), incluyendo los nuevos ramales viarios al otro lado del muro del Matadero.
El edificio de la terminal de cruceros recién inaugurado ha superado en poco los 6 millones de euros; además, obra de un estudio onubense, LAR Arquitectura, responsable también de otra joya nueva de la construcción en la capital onubense, la Ciudad del Marisco, pendiente todavía de abrirse a la actividad.
A nadie se le escapa, aun sin estos últimos referentes, que Huelva ganaría mucho más con una estación de trenes acorde al equipamiento de un destino turístico costero con gran proyección y al que (se supone) acabará llegando la alta velocidad, probablemente con conexión internacional. Pero la historia se repite en otros ámbitos.
Hace unas semanas se inauguraba en Gibraleón una exposición de fotografía en el Centro Olontense de Arte Contemporáneo, el CODAC. Entre los asistentes de la capital y de otras partes de la provincia, muchos se quedaban admirados con esa construcción que desconocían, tan sensacional por fuera como por dentro, puro éxtasis de geometría y luz fusionadas con el arte. De hecho, la envidia sana de alguno le llevó a desear que una infraestructura cultural como ésta debería estar en la capital, porque seguramente no hay otro espacio museístico tan destacado en toda la provincia.
Tiene ya 12 años y sigue fascinando por su compleja sencillez, firmada nada menos que por el arquitecto municipal, Eduardo Lázaro, y con un coste entonces de algo más de 1 millón de euros, subvencionado, además, con cargo al programa de empleo del momento, el Plan E. Y ahí ha quedado, a un cuarto de hora de la ciudad, sin tener que esperar a costosas y tediosas rehabilitaciones de edificios, como pasa con el Banco de España o Hacienda.
Quizá por eso hay que reaccionar y, sin renunciar a la otra vía, apostar por construir nuevos edificios como estos, el CODAC o la terminal de pasajeros del Puerto, más asequibles de lo que creemos. Sería una extraordinaria salida también para tantas carencias latentes a las que no se terminan de dar solución en Huelva.
En una ciudad como ésta, además, en la que durante décadas y siglos se ha perdido prácticamente la totalidad de su patrimonio monumental, bien valdría una firme voluntad de generar un nuevo patrimonio arquitectónico que acabe siendo también reclamo turístico y símbolo de una ciudad que está abriendo su trama urbana a su gente y los nuevos tiempos.
En los últimos años ha quedado demostrado que esta tierra tiene grandes profesionales de la arquitectura, muy capaces de afrontar un reto como el de proporcionar singularidad a nuevas dotaciones en la ciudad. Ahí están las obras de un nombre insigne local como José Álvarez Checa, o muestras más recientes en la fabulosa Escuela Técnica Superior de Ingenieros (ETSI) de la Universidad de Huelva, obra de Sebastián Cerrejón en el Campus del Carmen. Y también hay aportaciones de profesionales vecinos, como la premiada nave de Scania en el parque Huelva Empresarial, y ya años atrás, el edificio de Aguas de Huelva, de Tomás Curbelo, o la estación de autobuses, de Cruz y Ortiz, que ahora precisamente se remodela por primera vez.
En paralelo se están rehabilitando construcciones emblemáticas como el instituto Rábida o el viejo mercado/comisaría de Santa Fe, y esperamos que pronto se haga igual en la antigua estación de trenes. Pero hay por delante una nueva configuración urbana que debe apostar por la arquitectura y por generar un nuevo fondo monumental tan necesario para hacer más atractiva esta ciudad que avanza claramente hacia la sostenibilidad y el disfrute ciudadano. Hay una oportunidad para enriquecer Huelva con un nuevo patrimonio y tampoco la debemos desaprovechar.
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