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Eduardo Jordá
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Se supone que el verano nos regala algo de pausa y da alimento a la contemplación hasta que el móvil nos pone otra vez en modo disperso. Hay otros mares que no son azules, como el mar de olivos de Sierra Mágina, lo que nos recuerda a algunos la de años que hace ya que leímos de una tacada El jinete polaco de Muñoz Molina. Recordar es sabernos finitos, a diferencia del olivo, que simboliza la longevidad y se le atribuye la inmortalidad. Sobrevive a climas extremos y da aceite, aun a precio de oro, por más que nudosos sean sus troncos viejunos o incluso milenarios.
Leí en su día en Viajes y otros viajes de Antonio Tabucchi que en Creta se hallaban los olivos más antiguos del Mediterráneo (la invasión nazi, entre otros avatares, no pudo con ellos). Pero no se decía el lugar donde se hallaba el supuesto ejemplar más longevo. Se trata del olivo cretense de Vouves, del que se dice que tiene entre 2.000 y 4.000 años. Curiosamente, en plena Olimpiada como estamos, sus ramitas sirvieron para coronar a los vencedores de las distintas pruebas en Atenas 2004 y Pekín 2008. El olivo también simboliza la victoria (Atenea, diosa de la sabiduría, venció a Poseidón y los dioses le concedieron la potestad sobre Atenas tras haber logrado que brotaran frutos con un golpe de lanza).
Ahora, en cambio, hemos sabido que el olivo más antiguo de la tierra se halla en Belén, en los predios de la antigua Galilea. Por una vez los páramos de Palestina no nos remiten al odio ingénito ni a la sangre. El ejemplar obedece al nombre de al-Badawy, en homenaje, según dicen, a un viejo hombre sabio del lugar, llamado Ahmad Al-Badawy, quien solía sentarse debajo para reflexionar sobre la vida. El anciano olivo de Belén podría tener entre 4.000 y 5.000 años.
¿Qué pensamientos liberaría aquel viejo sabio bajo el olivo? Por leyendas y botánicas analogías sabemos que bajo un acebo uno recuerda el pasado, pero bajo un magnolio se trasluce el futuro. La compañía del olmo montano nos regala algo de renovación. El haya nos concede sabiduría, el pino la inteligencia, el enebro la alegría, la higuera el amor perdido. Las efímeras florecillas del cerezo nos quitan la vanagloria. Y si uno anda extraviado y no sabe qué camino tomar, el sicomoro lo ayudará a elegir la senda provechosa. Quizá el viejo Ahmad sólo buscaba la paz, que también se asocia al olivo desde que Noé supo que las aguas habían descendido y la paz había llegado a la tierra al ver a una paloma con una ramita de olivo en el pico. En Belén, en plena Cisjordania, se alza pues el olivo más antiguo, el de la paz (dicho sea sin sarcasmo).
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