Javier Rodríguez

El Papa que llegó en borrico

Este Domingo de Ramos puede ser buen momento para reflexionar, ahora que parece que su vida se apaga, sobre el legado del Papa Francisco, el obispo bonarense que, igual que Jesucristo en Jerusalén, entró de la forma más humilde que le fue permitida en el Vaticano, renunciando a buena parte de los agasajos y prebendas que se reservan al Sumo Pontífice.

Podríamos hablar, para reflexionar en torno a ese legado, sobre sus escritos y discursos, plagados de exhortaciones a la fraternidad, a la paz, contra el racismo, por la acogida incondicional de toda persona que la necesite, especialmente aquellas que se ven obligadas a salir de su tierra en busca de posibilidades de vivir una vida digna, contra el capitalismo y el militarismo, a favor del ecologismo, de la firme defensa de “la Casa Común” contra los ataques que esta recibe. Estos mensajes que, sin duda, han actualizado el Evangelio, poniendo el foco en cuál sería la mirada de Cristo a los problemas de hoy, han supuesto -en medio de un mundo plagado de crueles guerras y crueles fronteras, desigualdades, discursos fascistas y de dirigentes que alientan todo esto- un hilo de esperanza, no sólo para los católicos, si no para fieles de otras confesiones cristianas, no sólo para los cristianos, si no para fieles de otras religiones, no sólo para religiosos si no para no creyentes.

Podríamos hablar también de sus gestos, que confirman ese discurso hablado o escrito: la visita a los lugares que él llama “periféricos”: con su primer viaje apostólico denunció en Lampedusa las muertes de miles de seres humanos cuando tratan de llegar a las costas europeas, para su primer lavatorio de pies eligió una cárcel de menores... y algo que me parece muy importante: sus constantes llamados al diálogo: entre las distintas culturas y maneras de ver el mundo, con los movimientos sociales, con el feminismo, con el marxismo. Precisamente, hace algo más de un año, recibió a una delegación de DIALOP, una plataforma europea de diálogo entre cristianos y marxistas, en la que dijo algo central en su legado: “La medida de una civilización se puede ver en cómo se trata a los más vulnerables: los pobres, los desempleados, los sin techo, los inmigrantes, los explotados y todos aquellos a quienes la cultura del descarte transforma en desechos”. Ojalá una Iglesia y una sociedad que se pusiera, desde ya, a caminar en esa dirección.

stats