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Ala reciente y difundida proclama de intenciones y deseos del presidente del Gobierno vasco sólo se le puede reconocer un valor: es un buen procedimiento contar, por escrito y en unos centenares de palabras, de manera clara y contundente lo que se pretende. Frente a tantas declaraciones institucionales que tan pronto se dicen, se olvidan y evaporan, Urkullu, posiblemente movido por su elevada misión, ha expuesto por escrito sus propuestas sin tachaduras ni pudor. Sabe que en la España actual ningún maximalismo político escandaliza: el ánimo de los españoles ya lo soporta todo. Por otra parte, nada hay en sus planteamientos que no fuera conocido y a este respecto no hay ninguna novedad perturbadora.
Pero no es la intención de estas líneas comentar un documento cuyas ideas y principios hubieran podido igualmente ser escritos hace un par de siglos. Y tanto entonces, como ahora, igualmente chirriarían. Además, el carlismo y el foralismo fueron movimientos decimonónicos importantes entonces y es lógico que algunas secuelas hayan dejado, y se quieran reutilizar ahora, con matices etnonacionalistas, para halagar los nuevos egos nativos. Lo único que sí se quiere elogiar aquí es el procedimiento: dejar constancia de lo que se pretende mediante un escrito medido, sucinto y bien elaborado. Un ejemplo a tener en cuenta: las propuestas políticas, aunque sean engañosas, si están bien elaboradas y por escrito, obtienen eco.
Por eso, decepciona, una vez más, que ante una ocasión propicia como ésta, la reacción de la Junta de Andalucía y de su presidente, se ha limitado a ese tipo de declaración que no parece ir más allá de una réplica de puro trámite. Era una oportunidad para explicar la propuesta de una Andalucía que no aspira figurar en la lista de las comunidades mejor colocadas. Aceptando así, de alguna manera, la existencia de un escalafón competitivo. La propuesta institucional de Andalucía, desde todos sus niveles, debe basarse en reclamar una necesaria igualdad de derechos, entre todos los españoles, vivan en el territorio que vivan. Que cada uno tenga su cultura y sus estilos de vida, pero sin aceptar la negociación de nuevas prebendas ni consentir mantener las existentes. Aunque para explicar bien estas intenciones no basta con decir cuatro frases desde un atril, hay que reflexionar, elaborar un documento, escribirlo y difundirlo. Tal como ha hecho Urkullu, pero, en este caso sería no para retraernos a un trasnochado carlismo foralista, sino para estabilizar una España europea de personas libres, iguales y solidarias.
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