Confabulario
Manuel Gregorio González
A lienación planetaria
En tránsito
Desde 1961, existe en Estados Unidos la costumbre de que un poeta lea un poema en la ceremonia de investidura de cada nuevo presidente. Es una hermosa costumbre que no siempre se respeta, porque muchos presidentes no han querido usarla. Johnson, Nixon, Reagan y los dos Bush rechazaron el poema inaugural, igual que Jimmy Carter, que era poeta en sus ratos libres. En cambio, Kennedy sí lo tuvo (del gran Robert Frost), y también Bill Clinton (de la gran Maya Angelou). Obama eligió a un poeta hispano, Richard Blanco, y Joe Biden eligió a la jovencísima Amanda Gorman. ¿Y Trump, a quién eligió Trump? En su primera elección no tuvo poema, pero ahora, en su segundo mandato, pensé que a lo mejor quería alardear de los grandes inventos de su asesor Elon Musk y se hacía leer un poema escrito por una inteligencia artificial. Y así, de paso, humillaba a todos esos artistas y escritores que lo odian a muerte.
Pero ¿cómo podrían ser esos poemas escritos por una inteligencia artificial? Llevado por la curiosidad, le pedí a ChatGPT que escribiera un poema inaugural para Donald Trump. El primer resultado que obtuve fue este: “En la cúspide del poder,/ una vez más se alza,/ Donald Trump, con su voz y su mirada aguda,/ en la segunda inauguración, la historia abraza,/ mientras el mundo observa,/ con curiosidad desnuda”. Me pareció flojísimo: hasta un poetastro de provincias –yo mismo– podría haberlo hecho mejor, así que protesté. ChatGPT se apresuró a darme una segunda versión: “En el escenario de la historia, erguido y fuerte,/ Donald Trump, con su melena al viento ondeante,/ en la segunda investidura, el patriotismo reverbera,/ y su visión por la grandeza resuena triunfante”. Este segundo poema tenía cierto aliento épico –el verso “con su melena al viento ondeante” seguro que habría halagado a Trump–, pero también tuve que confesarle que me parecía una poesía muy pobre para un momento tan solemne. ¿No tenía algo más elocuente, más conmovedor? ChatGPT, tal vez hastiada de mí, me propuso estos versos: “En los pasillos de poder,/ un traje dorado brilla,/ Donald Trump camina,/ su aura al mundo se arrodilla”. ¡Dios santo, eran ripios para una fiesta de cumpleaños en un kindergarten! “Déjalo, ChatGPT”, le dije, viendo que la cosa era imposible. Y entonces comprendí por qué Donald Trump no se merecía un poema inaugural.
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