
Desde la Ría
José María Segovia
Poesía moguereña
Cada marzo las flores de la poesía brotan en Moguer con nuevos colores. Parece que todo despierta con el cantar de las golondrinas revoleando por la plaza de la Monjas, o inundando de aromas juanramonianos la brisa de la marisma por la Rivera.
Todo en el pueblo respira versos nacidos en el corazón oscuro y silencioso de las bodegas. Y en ese éxtasis de vida bajo el trotecillo eterno de Platero, parece que la estación se va asentando en un cantar de poemas que estremecen de dicha el alma.
Mi pequeño y sencillo homenaje primaveral a un lugar que, aún teniendo toda la luz del tiempo dentro, también hace vivir el recuerdo de sus hijos que inspiraron la lírica de su corazón y nos la regalaron a los demás.
Entre esos poetas moguereños me siguen sonando las palabras de un querido amigo, que lo había sido antes de mi hermano y que nos brindó a los onubenses su Premio Nacional de Literatura como un poema de oro de su amistad.
La figura de Curro, como le llamábamos, era la de ese poeta emblema de afecto popular que inscribía su nombre en las páginas más bellas de su pueblo: Francisco Garfias López.
Curro es sin duda una de las personas que mejor ha conocido, estudiado y recogido la herencia poética de Juan Ramón. Recuerdo una tarde, de esas que yo visitaba Moguer para llenarme de su Historia y de su Poesía, sentados frente a Santa Clara, como me contaba su alegría juvenil cuando a los veinte años envió su primer libro de poesías al insigne maestro de la lírica, lejos de España. Y el gozo que sintió cuando Juan Ramón le contestó alabando su trabajo.
La poesía de Curro Garfias era el trasunto de JR. Era como una herencia dejada en la campiña, ahogada de sal marismeña. Para todos fue la presencia viva del Poeta universal.
Muchos tuvimos la suerte de su amistad y de oírle recitar sus versos en Fuentepiña, en Santa Clara, en la casa Museo y en la nativa de Juan Ramón.
Su apasionado amor a la Historia marinera de Moguer, nos hizo vivir momento de homenaje a su persona. Él fue protagonista muchos años con nosotros del Voto Colombino en Santa Clara, fue protagonista de recordadas veladas el tres de agosto en el patio mudéjar de la Rábida. A propuesta mía, siendo presidente de la Real Sociedad Colombina, le ofrecimos el título de Socio de Honor al que correspondió con palabras que fueron poema de amor a la historia eterna de su pueblo, con alas y velas de la Carabela “Niña”.
Recordar a Curro Garfias en primavera es volver a sentir todo el afecto y admiración por Moguer, que por los siglos seguirá derramando versos al compás del trotecillo de un burrillo llamado Platero, que seguirá eternamente bebiendo, en las claras noches moguereñas , en cubos llenos de estrellas, mientras Aguedilla es un ángel de sueños, perdida en un poema inmortal.
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