El balcón
Ignacio Martínez
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El otoño da un tinte especial a Moguer. Nuestro enclave andaluz, epicentro de la lírica y la poesía, con el tiempo dentro, como decía Juan Ramón, se llena cada día, cada estación del año, de un inmenso caudal de versos de encendida pasión.
Cada hora poética moguereña es como la página de un libro donde el Poeta dejó plasmado su espíritu, a veces dormido en pensamientos sin lógica y otros tan despiertos y vivos que nos empujan a dar a nuestra existencia impulsos llenos de vida plena en la poesía de nuestros sueños.
Bucear en ese mar inagotable de versos con sabor a Moguer, nos trae la presencia cotidiana de un poeta que ya es parte permanente, inmaterial y viva de su pueblo.
Hace días leí un interesante artículo donde se recordaba una revista hecha por Juan Ramón, hará en junio próximo un siglo, titulada “SI”, donde publicaba el poeta quince poemas de otro autor que, desde el Puerto de Santa María, hizo brillar de forma especial la poesía andaluza.
Juan Ramón y Rafael se unían amistosamente en esta publicación que guardaría para siempre aquellos versos de “Marinero en tierra”.
Rafael Alberti mantenía una relación amistosa con el moguereño universal y, como poetas, se admiraban ambos, aunque sabidas eran sus diferencias. La última vez que se vieron, creo recordar, fue en una visita que Juan Ramón hizo a Alberti, allá finalizando los años cuarenta del pasado siglo, a la Argentina.
La política hizo daño a los dos poetas, que nunca se merecieron ciertas opiniones por quienes anteponen sus ideas a la belleza del espíritu.
Espero que Moguer celebre el año próximo el centenario de aquella revista que es hoy joya de recuerdos y sueños poéticos.
A Rafael lo conocí en su última etapa de vida. A Juan Ramón lo tengo presente cada día y hora moguereña, en la que su espíritu flota eternamente por las calles del pueblo, desde Santa Clara a la Rivera, alegrándonos con su invisible presencia.
Ahora, con el otoño nacido, la poesía se nos hace más serena, más íntima. Los versos se convierten en notas musicales que sólo desde el silencio y el espíritu sabemos escuchar e interpretar en toda su esencia.
Miro a cualquier rincón de mis recuerdos y la presencia de tres gigantes de la poesía andaluza se me aparece con ecos inolvidables de recuerdos, de admiración y de amistad. Juan Ramón, Rafael y José María Pemán, tres jinetes de un apocalipsis que inundan mi corazón.
Quizás sea porque el otoño despierta en nosotros unos sentimientos viejos y nuevos que, aunque por repetidos y conocidos, nos dan aires de fresca y nostálgica poesía de vida.
Moguer, siempre navegando con rumbos de Historia, se llena de melancolía otoñal. El tiempo se detuvo en la casa del Poeta y, por la calle Nueva, el trotecillo de Platero despierta el corazón alborozado de Aguedilla, que sigue soñando en voz alta su loca vida interior hecha también poesía de etéreas fantasías.
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