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Decía Napoleón que de cerca no hay hombre grande, y a mí me pasa al revés. Veo muy grandes a los de cerca y, a medida que se alejan y elevan, los veo más pequeños, como en la ley de la perspectiva. Gasto una admiración desmesurada por las personas que se dedican a lo local. La admiración del que, por otra parte, se considera incapaz.
En la política local hay mucha menos manteca, por decirlo breve. Ni tanto coche oficial ni tanto prestigio transversal. Estás sometido al directo escrutinio de tus vecinos, que te conocen de largo y te ven a todas horas. Además, pueden contarte sus necesidades o espetarte sus opiniones a la vuelta de cualquier esquina, y lo hacen. Como si todo esto no fuera poco, tienes que enfrentarte con rivales que, antes que contrincantes, son convecinos, con los que tal vez jugaste a la pelota, incluso en tu mismo equipo. No me veo yo afeándole nada a un viejo amigo, aunque haya metido la pata o gestione de pena. Mi máxima censura es mirar hacia otro lado.
No lo digo para elogiarme, todo lo contrario, sino para encomiar a quienes tienen en tan alta consideración el bien de su pueblo que pasan por todas esas incomodidades.
Mi admiración se hace extensiva para quienes aceptan puestos en las juntas de hermandades, en las comunidades de vecinos, en la dirección de un club, en la presidencia de una academia de bellas artes o en un equipo de deporte base. Cuánta generosidad en dar esos pasos al frente, en discutir con unos y con otros, en tratar de cuadrar las cuentas, cuando no es uno el que las tiene que subsanar en el último momento.
A los teóricos como yo se nos llena la boca y la pluma hablando de los grandes principios y de la política nacional, pero eso incomoda poco y compromete a medias. Es más bonito (creo yo) y más cómodo (sin lugar a dudas). En las polémicas locales, vecinales o de club, yo tomo partido por lo que me parece más justo y apoyo y voto o hablo en consecuencia, pero no puedo pensar mal de ninguno los contrincantes, porque veo, desde la proximidad de lo local, la entrega y el sacrificio que todos estaban dispuestos a hacer. Y, como soy ingenuo pero no tanto, a veces también veo las equivocaciones o un poco la mala idea, pero, para cuando yo la he visto, ya la vio hasta el Tato y entonces siento lástima de quien dando un paso adelante, pegó un resbalón y quedó en evidencia. En la base de esta columna se admira todo compromiso local.
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