El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Cambio de sentido
Inmigrantes que se comen a nuestros gatos, como hacía Alf, y mujeres que abortan después de haber parido. Si Trump suelta tamaños dislates es porque hay un público extenso dispuesto a darlo por verdad. Más sutiles, en España las cabras también tiran al monte. Por mezclar infantes y caniches, antier leíamos en un diario serio este titular: “En Sevilla hay el doble de perros que de niños en edad escolar”. De foto, una mujer con ropa informal acaricia a un perro. El dato será cierto; lo tendencioso está en pesar en la misma balanza a animales y personas. También hay muchos más botellines que chaveas, y no se hace tal analogía que induce a pensar erróneamente. Me chifla ese reggae viral en el que The Kiffnes ha tomado las declaraciones y la voz de Trump las ha convertido en gloria bendita y destina lo recaudado a proteger a los animales callejeros de Springfield. (Que me guste esta canción no implica que odie a los niños, aunque probablemente habrá quien haga sin reparos dicha deducción). A veces me pregunto si la mera mención, así sea crítica, de las tonterías que dice Trump (o Ayuso, nuestra disparatosa de kilómetro cero) acaso le favorecen. Los populistas se bastan con un perfil alto comunicativo para triunfar. Como dijo el propio candidato a presidir los Estados Unidos, “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. De tonta no tiene un pelo esta ralea.
Gerifaltes de este pelaje triunfan en este siglo como la cocacola debido a un cambio social de calado antropológico, se diría. Estamos siendo desprovistos de capacidad crítica, de la posibilidad de discernir, sopesar, procesar la información, argumentar, contrastar…, en definitiva, de tener uso de razón. Al menos tres factores pesan en este hecho: la aceleración, la dispersión y la pérdida de fuerza de la palabra, oral y escrita, frente a la imagen. Giovanni Sartori lo advirtió hace décadas, y está pasando. Sin herramientas para ponernos a salvo de la manipulación, suceden a su vez dos cosas: la primera es obvia, nos volvemos crédulos, manipulables, pollos sin cabeza útiles para sostener la ficción de la democracia mientras se siembra el nuevo totalitarismo. La segunda –incluso más irritante que la primera- es esa suerte de paternalismo y tutela que ciertos políticos nos dispensan. La mayoría de edad de la opinión pública se fragua en las escuelas, no en los púlpitos, y cada vez estamos más lejos de ella.
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