El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
El otro día vino una amiga de Madrid a pasar el fin de semana a la que fue durante años su ciudad, Huelva. Las dos coincidimos en clase de inglés en el Centro Edimburgo situado en la Plaza Niña, el cual ha sido elegido para pasar a la fase final de un certamen que elegirá en unos días a la mejor academia de inglés del país. Crucemos los dedos para que ganen ya que es una academia excelente en la que trabaja gente apasionada por su trabajo, y eso se nota.
Pues conocí a mi amiga Isa en clase y el primer día nos sentamos juntas para practicar una conversación en un idioma que ninguna de las dos dominaba; parecía que teníamos quince años, el pavo viajó en el tiempo y se adueñó de nuestros cuerpos y de nuestras risas. Bueno, la risa de Isa es contagiosa e imposible de controlar. A las dos semanas de estar allí nos preguntaban qué hacíamos en clase para pasárnoslo tan bien: era Isa riéndose del aire que rozaba su pelo, yo me reía de los phrasal verbs.
Después de dieciséis años seguimos en contacto, recordando con cariño cómo nos unió el inglés, aunque pensemos de manera diferente sobre muchos temas, aún así nos queremos igual.
Fuimos a comer a casa de Fede, otro amigo común; éste sí comparte con ella sus ideales. Era un dos contra uno, sabía que me metía en un jardín. En estos casos siempre hay que equilibrar la balanza para que no salga uno magullado pero me arriesgué: Fede es muy buen cocinero y había preparado una boloñesa a la que no podía decir que no. Hizo un viaje a Italia hace poco y se trajo unos tomates secos de un pueblo cercano a Nápoles: ésto motivó mi valentía, además de que tenía aún metida en el cuerpo la esencia italiana que te atrapa de la comida de allí. Los espagueti que iba a comer se merecían todas las charlas sobre política que ellos quisieran.
Intenté, por supuesto, cambiar de tema pero todo terminaba en lo mismo: era un laberinto al que sólo se salía por una puerta, la misma que no quería que se abriera. No hubo manera, me tuve que tragar la chapa de los dos. Fede hubiera querido un poco más de resistencia por mi parte, mayor confrontación para que fuera más justa la contienda. Yo estaba contando los minutos de cocción, para que no se pasara la pasta. A veces abría los ojos más de la cuenta pero no entré en el juego. Hay gente que lo disfruta, lo vive, se enfada, y otros directamente se quedan sin amigos. A mí me gusta dudar de todo y estoy abierta al diálogo, pero rechazo los discursos que no admiten réplicas; aunque por esa boloñesa podría hasta discutir con Fede.
Si me dan a elegir prefiero hablar del tiempo, de los amigos que se han divorciado, de a cuánto está el kilo de salmonetes o del número de farolas que han puesto en la plaza de San Pedro… ¿Había sobrestock en el almacén?
Un famoso financiero y asesor político dijo hace más de cien años: “vota a aquel que prometa menos, será el que menos te decepcione”. Pues toda la razón tenía el hombre, tal como están las cosas… Por favor, dejen de meter la pata, quiero conservar a mis amigos. ¡Feliz jueves!
También te puede interesar
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Por montera
Mariló Montero
Los tickets
La esquina
José Aguilar
El caradura de Mazón sigue
Papas con choco
En la ‘fandanga’ de Los Morgan