Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Quousque tandem
Lo más preocupante del grandilocuentemente llamado Plan de Acción por la Democracia es que su introducción comience con una frase que contradice su propia necesidad: “La democracia en España es un sistema sólido, consolidado y robusto que sitúa a nuestro país en las primeras posiciones de los índices mundiales sobre el estado y funcionamiento de esta forma de organización política”. Es como si vas al médico a hacerte un chequeo y después de decirte que estás divinamente, te comenta que va a operarte de urgencia porque es jueves y a él le viene bien. Algo falla en todo esto.
Y falla lo de siempre: la obsesión del poder por controlar la información. Esa necesidad de los líderes políticos de creerse en posesión de la verdad absoluta y no admitir discrepancia alguna. En las dictaduras, es evidente y esperable; en las democracias, siempre existe la tentación y hay que evitarla. Si un gobierno plantea, como hace el del señor Sánchez, una Estrategia Nacional contra las campañas de desinformación lo que nos dice es que quiere asegurarse de que la información que nos llega es la que a él le interesa. Porque los gobiernos y el poder en general son más de Propaganda que de Prensa libre. Por esa razón hay que defender siempre a la prensa. Hasta a la mala. De bulo calificó el presidente Nixon y su entorno las primeras noticias que publicaron Woodward y Bernstein durante el verano de 1972 en el Washington Post sobre el asalto al Edificio Watergate. Y fue aplaudido y apoyado por todos los suyos. Lo curioso es que dos años después, y tras haber arrasado en las presidenciales, Nixon hubo de asumir su deshonra y dimitir antes de que el Congreso lo condenara aprobando el temidísimo impeachment. Resultó que el supuesto bulo periodístico era la verdad y la aparente verdad política el bulo. En estas ocasiones siempre es bueno recordar a aquel gran liberal que fue el presidente Thomas Jefferson: “Prefiero prensa sin gobierno que gobierno sin prensa”.
Las Libertades de Expresión, Opinión y Prensa son fundamentales en democracia. Tanto, que todos tenemos derecho a mentir. Deberemos asumir las consecuencias penales de difamar a alguien y demostrar la verdad de nuestras afirmaciones o asumir la correspondiente pena por injuriar o calumniar. Pero dejar en manos del Gobierno la información y la verdad es tan peligroso que indica siempre el camino de la democracia a la dictadura, pues, como escribió Albert Camus: “una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa siempre será mala”.
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