
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Rearme y mili
Creo que ya lo hemos dicho otras veces en esta columna, seguramente con otras palabras, pero con el mismo mensaje de fondo: resulta difícil de creer que alguien se oponga sinceramente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible que marca la Agenda 2030. Decir eso es como decir: “estoy en contra de todo lo bueno, a mi lo que me mola es lo malo: prefiero que la gente se muera de hambre, que los recién nacidos y sus madres mueran en el parto, que el aire que respiramos huela a cianuro y mate a gente a chorros, que los violadores campen a sus anchas…”.
El artista Mauro Entrialgo llama a esto malismo y, dice, se trata de un “mecanismo propagandístico que consiste en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables”. Es como si hubiéramos aceptado que el malote de la clase tenía razón y dejásemos que nos golpeara de forma inmisericorde mientras todos lo jalean. A la Agenda 2030 se le puede acusar de tibieza, de inconcreción, de utópica… y a muchos de los que la defienden se les puede acusar de hipócritas que dicen caminar hacia ese bonito horizonte mientras, en la práctica, impulsan las desigualdades, la degradación de los sistemas públicos de salud o educación o la industria contaminante.
Pero la Agenda 2030 es un horizonte hacia el que no nos podemos negar a caminar, porque en ello nos va la propia subsistencia como especie y la extensión de los Derechos Humanos a todos los rincones del planeta. Es, además, una declaración de mínimos que consiguió el consenso de los gobiernos, que no es poca cosa.
Hubo un precedente, el de los Objetivos del Milenio, que no causó tanto revuelo, pese a ir en la misma dirección. El hecho de que estos hayan provocado que unos pocos señoros se hayan removido en sus poltronas y se hayan puesto a avivar los avisperos fascistas de medio mundo, financiando y apoyando ultraderechistas de acá y de allá, hace pensar que se ha debido tocar alguna tecla que realmente pueda hacer perder privilegios a alguien que no los quiere perder. No se si se trata de alguna industria en concreto -como la petrolífera- o de las élites en general, que empiezan a darse cuenta de que lo que hace inviable el cumplimiento de la infame agenda es el sistema capitalista que los mantiene en la cúspide.
Esto iba a ser un artículo contra el racismo y puede que lo sea, porque una de las principales expresiones de ese malismo es ese “primero los de aquí”.
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