
Las dos orillas
José Joaquín León
Vivir del feminismo
Quizás
Teníamos bastante organizado el caos. Al final, el mundo lo habíamos dividido en tres partes y cada cual sabía a lo que atenerse en función de a cuál de ellas se perteneciera. De un lado estaban las democracias liberales, con Estados Unidos y Europa al frente. En la orilla opuesta se encontraban China, Rusia, Irán y Maduro o similares. Los primeros eran los buenos y los segundos los malos, y así se lograban entender las series de la BBC e incluso las novelas de Le Carré por muy complicadas que pareciesen las tramas. Luego estaban los que vivían al margen. Y con ese mapa interpretábamos todo lo que iba ocurriendo. Y en esas llegó Trump y mandó parar.
Porque a nuestro antiguo amigo norteamericano, le preocupa más su enfrentamiento con China, que cualquier otra cosa, y su temor fundamental reside en que Rusia se posicione del bando de su principal oponente militar y comercial. Se trata por tanto de atraer a Putin a su lado, y si el precio a pagar es un pequeño lugar del planeta llamado Ucrania, o incluso a la animadversión de la bien pensante y envejecida Europa, pues se paga y a otra cosa; que como dice su slogan preferido “Primero América”, aún le queda mucho servicio público que desmantelar para que en su país se salven sólo los que triunfen y el resto se las apañe como puedan. Esa es la explicación simple de un movimiento que ha cambiado de manera drástica el curso de la historia. Ahora Estados Unidos y Rusia son amigos y los malos somos los europeos, último bastión donde aún imperan ciertos rescoldos de la decadente cultura woke. Incluso ya hay en nuestra bendita tierra algunos profetas del apocalipsis, que afirman convencidos que la China comunista será en breve el principal aliado de los lugares que en su día habitaron Shakespeare, Voltaire o Cervantes.
Después del mayor periodo de tiempo de paz en la Historia Europea, dejamos a nuestros herederos un mundo que se dividen entre un presidente norteamericano condenado por 34 delitos; la Rusia de Putin donde los disidentes mueren envenenados; y la China comunista que prohíbe la democracia. Las instrucciones para interpretar este nuevo mundo son otras. De momento hay que cambiar los guiones de las próximas películas de Tom Cruise. Los malos ya no podrán ser rusos. Y al británico James Bond, que estará hecho un lío, habrá que hacerle los Martinis con más Vodka y menos Ginebra.
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