La ciudad y los días
Carlos Colón
Nunca estuvieron todos
Pasamos por la amplia zona común de la urbanización donde hemos alquilado una quincena y hay cada equis metros una pintada que señala que está prohibido jugar a la pelota, y en los accesos encontramos unos enormes carteles donde junto a la prohibición esférica aparecen los patines y las bicicletas. ¿Papá, por qué?, me preguntan mis hijos y yo les respondo que son normas de aquí, que es complicado. Es difícil. Lo que querría responderles es que los adultos hemos creado una esfera de adultos. Podemos divertirnos, llevar al extremo nuestras necesidades de paz, de relax, de lo que nosotros llamamos disfrute, pero a costa de lo que fuimos, a costa de la infancia y sus necesidades. Estas normas están ya en todos lados: una sociedad sin niños. Centros comerciales con ludoteca a la entradas, invitando a su no acceso, y plazas y plazoletas con su cartel de prohibido jugar a la pelota y ocupadas por veladores adultocentristas. Esta sociedad quiere niños y niñas autómatas, con su botón de on/off, quieren que sean pantallas andantes con auriculares, un smartphone con corazón y sistema linfático.
A las niñas y niños que juegan, que forman alboroto, que no se están quietos, que indagan, que experimentan las barreras sociales... ¡habrá que matarlos!, con insecticida, como cucarachas, como moscas, molestos seres que invaden nuestro mundo. Como nos descuidemos, estaremos en una distopía con niños en incubadora a los que sacaremos a la calle cuando tengan dieciocho años.
De camino, toda esta deriva infanticida no deja que los padres y madres hagamos de padres y madres. No podré educar a mis hijos en el respeto, en el que hay hueco para todos. El cuidado con los patines cuando pase gente. No des balonazos. Juega sin gritar en exceso, para tu disfrute junto al descanso de los demás. Factores de desarrollo fundamental para cuando los más jóvenes se incorporen al mundo de los adultos.
Yo creo en el niño que fui como creo en mis hijos y sus necesidades, en ocasiones distintas a las mías, en quienes tienen edad para mirar sin miedo a la pendiente porque ven una oportunidad para el juego. Escribo frente a una piscina en una urbanización de la costa onubense, y lo hago con cierta distancia, entendiendo que los niños tienen que saltar y salpicar, y que yo tengo la opción de apartarme. Inofensivos y risueños, frente a los adultos, yo me quedo con sus bombas de agua y sus guerras de chapoteo.
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