
Monticello
Víctor J. Vázquez
Una pérdida de tiempo
La semana pasada iba a entrar en mi casa cuando desde lo lejos vi a un chaval golpeando mi fachada con una de las alfombrillas de su coche. Dejó de hacerlo a medida que me acercaba, pero al entrar y cerrar la puerta, para mi sorpresa, continuó con otra alfombrilla. Entonces pensé si salir o no, si pasar de la tropelía o intentar hacer ver que eso no está bien. Opté por la segunda opción, abrí la puerta, me asomé y le pedí que dejara de golpear la fachada. Él, lejos de disculparse, me respondió que estaba limpiando sus alfombrillas. Le dije que lo entendía, pero que podía probar a darle a unas estacas de madera que había clavadas para fijar un árbol justo al lado de su Ford. Él me respondió que también lo había hecho, pero que mejor en la fachada, que no se iba a caer por unos golpes. Su amigo se reía mientras terminaba de liarse un cigarrillo, iluso de mí, creí que del hecho de que le estuviera echando cara a la situación, pero, al señalarlo, me dijo que no, que se reía de lo exagerado que yo estaba siendo. Ahí cambió todo, comprendí que no era una conversación entre iguales que quieren convivir. Él quería limpiar sus alfombrillas y punto. Daba igual si molestaba a niños dentro de la casa o si manchaba la pared. Mis vecinos y yo vivimos frente a un instituto que por las tardes acoge alumnado de FP y ya estamos habituados a situaciones incívicas de todo tipo. Da igual si hay que pintar la fachada porque apoyan los pies, si dejan latas y envases en los quicios, o si lanzan papeles o envoltorios a las viviendas. O si se agolpan en corros ocupando la acera y no dejan pasar. Da igual. Esto sucede en centros educativos o en cualquier otro punto de nuestra geografía. Por eso no hay que focalizar, el espectro es amplio, pueden ser coches en segunda fila, gestos, patinetes, no ayudar a una persona con movilidad reducida por la calle, etc. Da igual. La mala educación, la falta de respeto, necesitarían de una revolución social que la esquilmase. En la sociedad de los auriculares y las imágenes en la palma de la mano, parece que salirse de los límites de uno mismo es un imposible. Todo se ha acotado tanto a las necesidades individuales, que el colectivo que no conozco directamente no existe y parece que no se merece la existencia. Y si hoy abro el buzón y me he encontrado dentro un paquete vacío Pueblo de tabaco de liar, pues será lo más cercano que esté del concepto pueblo.
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