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Ignacio Martínez
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Mi padre me contaba que el día que nací me quiso hacer del Recre antes que de Huelva. Cuando vine al mundo y supo que era un niño (no se arañen la cara, que aquellos eran otros tiempos), se largó a las oficinas del club para hacerme socio. No le dejaron, claro, porque, oficialmente, el tal Paquito Muñoz aún no había nacido. Él, lejos de resignarse, se quedó allí esperando a que llegara mi tío, al que había mandado al Registro para que fuera haciendo el papeleo mientras él se dedicaba a lo importante. Al poco ya estaba fuera del Colombino con el que sería mi primer carnet del Recre.
Si les digo la verdad, en casa siempre habíamos pensado que aquella historia tenía su punto de cuento chino. Ya saben, cosas de padres. Porque ¿quién iba a perderse un momento tal especial como el de registrar el nacimiento de su hijo solo por un equipo de fútbol? La anécdota pasó a formar parte del libro de leyendas familiares hasta que, hace solo unos meses, tuve a mano mi partida de nacimiento y resulta que ahí mismo estaba la prueba de que lo que nos dijo que había ocurrido, ocurrió de verdad: bajo el hueco destinado a la firma del padre de la criatura se asomaba, con cuidada caligrafía, la rúbrica del tito Luis en lugar de la suya. Es verdad que luego vendrían, supongo, las decepciones, porque, a pesar de mi precoz recreativismo, nunca me gustó el fútbol, aunque tengo la sensación de que en realidad eso era lo de menos. Puede que no oficialmente, porque no le dejaron, pero moralmente fui del Recre antes que de Huelva, y siempre he pensado que con aquella acción mi padre quiso dejarme un mensaje.
No sé si fui (supongo que no, aunque hace casi 50 años de aquello) el primer neonato recreativista, pero desde luego ya no soy el único, así que imagino que la anécdota refleja muy bien hasta qué punto el Recre forma parte del ADN de muchos de nosotros. Lo de ser onubense y del Recre van tan unidos que es difícil separar una cosa de la otra. Lo están por muchas razones, pero desde luego no es por el fútbol. El Recre nunca ha ganado una Champions, ni una Liga, ni esperamos que lo haga jamás, ese es nuestro nivel de exigencia, pero, aún en esas, es una de las pocas cosas de las que los onubenses nos sentimos realmente orgullosos. Cada año, juegue donde juegue, miles de nosotros nos dejamos una parte, pequeña o grande, de nuestros sueldecitos para sacarnos el abono, y vamos, con mejor o peor ánimo, a verlo jugar cada dos semanas. Otros, los que no pueden o no quieren, lo siguen por la radio, o por la tele, y si no, preguntan el lunes en el bar: “Oye, ¿y el Recre qué?”… Y así, a lo tonto, a lo tonto, llevamos ciento y pico largo de años. El Recre trasciende el deporte porque no es un equipo de fútbol, sino un legado. Algo nuestro, que nos dejaron a cargo nuestros padres, así que entenderán la poca gracia que nos hace, al menos a mí, que alguien que se supone que debe representarlo se dedique a burlarse de cómo nos tomamos “en Huelva” eso de ir los últimos, y que si Florentino y que si patatán, cuando lo que debería hacer es reconocer los errores, enmendarlos cuando toque y respetar a una afición que lleva el escudo de su equipo en la mismísima partida de nacimiento.
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