La firma
Antonio Fernández Jurado
Sin tupidos velos
Año nuevo, vida nueva. Pero, ¿qué clase de vida nos va a traer el recién nacido año nuevo? Este es el enigma que nos despierta Enero, envuelto en su bufanda, por el frío que nos oculta su cara de misterios y de incógnitas imprevisibles
¿Estamos preparados para lo que venga? Creo que sí. Los niños porque no saben ni calculan el futuro.
Los mayores porque están hartos de experiencias fallidas y de esperanzas que se hacen visibles en pocas ocasiones. Y quedan los de la tercera edad, que ven la cuesta de los doce meses con esa forzosa resignación de saber que todo en la vida tuvo principio, y para ellos la existencia, con su farolillo de cola, alumbra con más o menos luz el sendero hacia el final.
El recogimiento en alegre devoción de la Navidad, se esfuma en una nostalgia celebrada a distintas dosis, para dar el paso a esa siempre ruidosa Nochevieja, donde entre la música, el champán, los disfraces y la diversión en mayor o menor grado, también se esconden las campanadas mudas que interiorizamos en el recuerdo, de los que durante el año fenecido tomaron el camino, no de otro año, sino de un mundo nuevo y eterno.
Un período de doce meses lo traducimos a espacios de alegrías, penas, trabajos, ilusiones, generosidad y entregas, junto a tantas cosas más que nos inventamos para llenar lo que es indispensable: vivir.
El principio del Año Nuevo está bañado de una filosofía especial, como una coctelera que se agita a cada latido del corazón para, al igual que el bombo gigante de la Lotería, zarandear los pensamientos, los sentimiento y las decisiones a tomar, si podemos o nos dejan hacerlo.
Pero siempre pienso en dos vertientes, una espiritual, de creencias, de fe, y otra material, de un barro modelado en la infancia con ternura y tradición religiosa, llena de desprendimiento, como es hacer nacer en los más pequeños el sentir de la fantasía ilusionada de un milagro imposible, con eco de tres Magos que en la Historia siguieron el camino de lo desconocido, para encontrar el lugar esperado a la luz de una estrella, posada sobre el firmamento de un humilde Portal.
Lo que nos depare el año, escrito está, pero en una escritura a la que estamos ineludiblemente sujetos con renglones que sólo nosotros podemos variar.
Pidamos a Dios, los que somos creyentes, que nos ayude a caminar por la tierra y, si volamos a ese infinito de azules eternos, que sea a ese cielo que Él nos tiene prometido.
Y ahora, con mi cordial y entrañable felicitación a nuestros lectores, el agradecimiento más sincero por la compañía y la confianza que nos dan cada semana en esta página del periódico donde reforzamos la amistad, el ocio y siempre la más estricta verdad.
Un año acaba de comenzar. Otro plazo a cubrir. Naveguemos en esa barca de fortaleza y Amor a Dios, donde una vela con brisa marinera nos impulsa a la esperanza.
También te puede interesar
La firma
Antonio Fernández Jurado
Sin tupidos velos
Por montera
Mariló Montero
Lluvia de mociones
El balcón
Ignacio Martínez
Jaén, prueba del algodón
La esquina
José Aguilar
Champán tardío por Franco
Lo último