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Alto y claro
Extraordinario regalo el que le acaba de hacer la izquierda andaluza a Juanma Moreno: lo ha dejado solo para que él sea la oposición única desde Andalucía al acuerdo de financiación privilegiada para Cataluña. El presidente de la Junta y del Partido Popular tiene un amplísimo campo de maniobras para hacer la política en la que se siente más cómodo, la de la agitar la bandera del agravio, y, de paso, dejar en segundo plano algunas cuestiones que empiezan a escocerle, como la falta de coherencia entre sus quejas por la falta de recursos para la sanidad y la educación y los anuncios de nuevas rebajas fiscales. O el rechazo por parte de la dirección nacional de su partido a la senda de estabilidad presentada por el Gobierno, lo que priva a Andalucía, lisa y llanamente, de dinero que podría destinar en 2025 a sus necesidades más urgentes.
Moreno ha sabido, una vez más, jugar sus cartas y la oposición, sobre todo el socialista Juan Espadas, ha demostrado una torpeza contumaz. Sin necesidad de escarbar mucho en la realidad sociológica de la región, es fácil determinar que en Andalucía la oposición a los privilegios para Cataluña es algo más que un posicionamiento político sometido a las estrategias coyunturales. La propia identidad regional que nace en el tardofranquismo y que llega hasta hoy tiene como pilar fundamental el rechazo al trato discriminatorio con respecto a las zonas más ricas del país que obligaba a los andaluces a la miseria y a la emigración.
Lo que hace el pacto al que llegaron los socialistas con Esquerra Republicana es, con todas las modulaciones que se quieran introducir, consagrar esa situación de privilegio y ceder a las presiones del nacionalismo más radical.
La derecha pagó, en los comienzos de la transición, un alto precio por no entender lo que pasaba en Andalucía. Para la UCD de Adolfo Suárez supuso, nada más y nada menos, que el comienzo del camino que la llevaría a la desaparición. Para el PP, y su antecesor AP, décadas de absoluta irrelevancia.
Juanma Moreno busca con el error que ha cometido Pedro Sánchez cediendo al chantaje catalán tener su propio 4 de diciembre de 1977 y también su 28 de febrero de 1980. Posiblemente no lo logrará con la misma contundencia porque los tiempos han cambiado mucho. Pero nadie puede dudar de que es ahora la izquierda la que le está dando a la derecha todas las facilidades para que así sea. Al regalo sólo le falta que Espadas le ponga el lazo.
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