El balcón
Ignacio Martínez
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Ayer se aprobó en España una nueva reforma del reglamento de Extranjería y, aunque no fue la noticia más bocinada del día, probablemente era la que va a tener un impacto más notorio en muchos de nuestros vecinos. Según adelanta el gobierno, esta reforma simplificará los requisitos exigidos a las personas migrantes para la obtención de permisos de residencia y trabajo, y agilizará los procesos y amplía las soluciones de arraigo para las personas migrantes, eso sí, está por ver que sea la solución para que muchos de los trabajadores extranjeros que ejercen su trabajo en España sin derechos salgan del ostracismo y la clandestinidad.
He de reconocer que este gobierno progresista, en pleno retroceso de los derechos de las personas migrantes en Europa, aprueba una reforma que teóricamente señala al empleo, a la formación y sobre todo a la posibilidad de afianzar redes familiares regularizadas; una medida claramente a “contra corriente” y que merece un reconocimiento claro. Cualquier iniciativa política que elimine barreras y sufrimiento avanza en la dirección correcta, y máxime cuando es el resultado de un proceso de diálogo con más de 120 iniciativas, tanto ONG como organizaciones profesionales y administraciones.
En la misma medida, es importante aclarar que este movimiento no tiene nada que ver con el debate abierto este verano para modificar la Ley de Extranjería, que perseguía crear bolsas de acogida de menores migrantes no acompañados en todas las comunidades, ni con la ILP que busca la regularización de más de medio millón de personas en situación administrativa irregular. Y por supuesto no modifica nuestra política de fronteras, claramente alineadas con los postulados proteccionistas del resto de Europa: bloqueo, mantenimiento de bolsas de pobreza a través de la indocumentación y juguetear en los límites del delito devolviendo gente al desierto.
Son muchos los frentes abiertos para nuestros vecinos, y muchas las esperanzas y frustraciones que deben vivir y que reflejan claramente una tensión provocada por el clasismo y la xenofobia de nuestra sociedad, que sigue prefiriendo extranjeros blancos con una pensión debajo del brazo, a “sureños” con ganas de trabajar e incorporarse a nuestras comunidades. No olvidemos que una sociedad abierta es una sociedad con futuro.
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