La ciudad y los días
Carlos Colón
Regresó la idiotez del lunes azul
La ciudad y los días
Todo el mundo sabe que lo del Blue Monday que ayer pregonaron muchos medios es una gilipollez pseudocientífica urdida en 2005 por un gilipollas que en aquellos tiempos era profesor de psicología a tiempo parcial en la universidad de Cardiff. Inmediatamente la presunta ecuación matemática fue ridiculizada y denunciada como farsa. Lo que no ha impedido, sino todo lo contrario, que desde entonces hasta hoy muchos medios lo recuerden cada año. Ya dijo Chesterton que “lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo”.
Lo sorprendente es que nos llegara desde Inglaterra, y no desde Estados Unidos, mucho más dado a exportar con éxito este tipo de imbecilidades. Será una señal más del declive de la Britania que amábamos, aquella que largaba trolas y bulos con empaque legendario, como el monstruo del lago Ness, de noble y antiguo origen y revitalización victoriana, tiempo muy dado a fantasías que compensaran el duro pragmatismo y tanto brillo dieron a la literatura fantástica y de terror en la edad de oro de Riddell, Oliphant, Walpole, Le Fanu, Walpole, M. R. James o Blackwood. Sin olvidar a Conan Doyle y Rider Haggard, inventores de mundos perdidos poblados por monstruos y dinosaurios.
Esto era creación que ofrecía entretenimiento como escape de la opresiva realidad pragmática, positivista y productiva que Dickens caricaturizó en el colegio del inicio de Tiempos difíciles en el que Thomas Grandring –“Un hombre de realidades. Un hombre de hechos y de números. Un hombre dispuesto a pesar y medir en todo momento cualquier partícula de la naturaleza humana para deciros con exactitud a cuánto equivale”– le decía a los desdichados escolares: “No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades”. Ante gente así era tan necesario que la fantasía aportara algo de color a las ciudades ennegrecidas por los humos y un escape a las vidas condenadas a la producción, como que Marx y Engels escribieran aquello de “todo lo que era sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas con desilusión”.
Lo del Blue Monday es otra cosa. Imbecilidad sin sustancia propia de tiempos imbéciles y crédulos por descreídos.
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