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Hace unos dos años me hacía eco de la insistente crítica de la monarquía practicada con malévola intención en la mayoría de las series televisiva de este género. La ocasión me la daba la titulada “La princesa española” (2019) sobre el reinado de Catalina de Aragón esposa del rey Enrique VIII, evidenciando como es habitual el agudizado énfasis de los aspectos más oscuros, tormentosos, comprometidos y vergonzantes con expresivos perfiles sesgados y tendenciosos. Esta versión anglosajona sobre la reina Catalina afrenta la historia de España y presenta una manipuladora visión de su personalidad. He visto ahora la serie “María Antonieta” (2022) que acentúa una crítica mordaz de la monarquía por determinados grupos políticos y un considerable número de medios informativos. Con patológica persistencia en la televisión, en programas llamados del corazón, enfangados a veces en la telebasura y en las series de ficción, predomina ese ánimo de zaherir a la institución más antigua y duradera de la historia humana, impulsora en buena parte de la cultura, de la continuidad histórica, el arte, la arquitectura, la ciencia y el conocimiento, con sus luces y sus sombras, sus vicios privados y sus virtudes públicas, agudizando enfáticamente su lado oscuro, sus páginas más tenebrosas y abyectas u ocultando sus acciones más nobles, que también abundaron.
Hay, desde antiguo, precedentes en el cine – especialmente el de Hollywood - ciertamente significativos dentro de ese estilo de “ficción histórica” tan frecuente hoy, tratando la historia con alevosa osadía y con errores históricos inadmisibles, interpretando los hechos con absoluta libertad y con auténtica y desaforada falsedad, enfatizando los aspectos más sórdidos, borrascosos, comprometidos y vergonzosos con evidentes caracteres ofensivos y sectarios. Me viene a la memoria lo que decía un productor en la serie sobre el rodaje de “El padrino” (1972), quien afirmaba; “La historia se interpretará como nosotros la contemos”.
Los espectadores de la serie ·María Antonieta” – “la perra austríaca”, como la llamaban sus cuñadas -, causante de una agria polémica y aceradas críticas en Francia, si ignoran la singular biografía del gran Stefan Zweig, incluso la versión de Sofía Coppola con el excepcional vestuario de Milena Canonero, pensarán que esta lujosa puesta en escena de suntuosidad evidente, es tal como la cuentan sus seis guionistas – cinco mujeres – entre las que destaca Deborah Davis, autora de “La favorita”, muy criticada, empeñadas sobre todo en presentar a una joven soberana adelantada a su tiempo, una suerte de empoderamiento y feminismo precoz – “avant la lettre” -, cuando la realidad fue totalmente contraria, lo que agudiza una licencia histórica abusiva y aberrante y una abundancia de falsedades demasiado evidentes. Grotesca en muchos pasajes y corrosiva en la visión del momento histórico, su sesgada intriga permite una imagen lacerante de los conflictos de la protagonista.
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