El Malacate
Javier Ronchel
¿Y si este año viajamos a Huelva?
En tránsito
Como saben muy bien los fans de La guerra de las galaxias, el jovencito Luke Skywalker descubrió un día aciago que su padre biológico era el malvado Darth Vader. Y algún día, en su confusa y cada vez más trastornada mente, el buen Pedro Sánchez descubrirá que su padre espiritual es un tal Francisco Franco, ese otro símbolo del Lado Oscuro y del Poder Maléfico del Imperio Galáctico. Porque la verdad es que no se entiende muy bien esta fijación por el franquismo si no hay en ella una turbia obsesión maniática que el doctor Freud habría tenido un gran interés en estudiar.
De hecho, la gente que de verdad vivió y padeció el franquismo hizo todo lo posible por olvidarlo, y buena prueba de ello es lo que ocurrió en los años de la Transición, cuando muchas de estas víctimas –gente que había perdido a sus padres y hermanos y familiares y amigos– estaban todavía vivas, pero prefirieron pasar página en lugar de buscar una venganza póstuma o alguna clase de resarcimiento personal. Por supuesto que estas personas no quisieron olvidar lo que había ocurrido en los peores tiempos de la represión franquista –hasta 1945 más o menos–, pero no se empeñaron en recordar cada día y cada hora lo que había pasado.
En cambio, hay gente como Pedro Sánchez y muchos podemitos (y podemitas), y sumanditos (y sumanditas), que se empeñan en recordar un día sí y otro también la memoria cruel del franquismo porque extraen de ese recuerdo un morboso elixir que les procura una extraña satisfacción de orden psico-político (que el doctor Freud también habría tenido un gran interés en estudiar).
Y no convendría olvidar que el dictador Franco se murió en la cama de un hospital de la Seguridad Social que él mismo había ordenado construir. Nadie lo derribó y nadie consiguió expulsarlo, lo que quizá nos debería indicar que tuvo muchos más apoyos entre la población de los que nos gustaría reconocer. Y si logró perpetuarse en el poder durante 40 largos años, a lo mejor no todo se debió al terror que imponían su policía y su ejército.
Es una pésima idea intentar combatir a Franco 50 años después de su muerte. Casi nadie se acordaba ya de él ni de su gobierno, pero a fuerza de recordarlo y de traerlo de nuevo a la vida, quizá acabe resucitando políticamente.
Y eso sería lo que se llama pegarse un tiro en el pie. O en los dos pies. O directamente en la cabeza.
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