Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
No tengo el gusto de conocerle pero alguien que sí lo tiene, y con quien a veces coincido para hablar sobre el Decano, siempre me dice que el míster es un tipo excepcional. Del criterio de este compañero me fío (aunque saben que no hay que fiarse demasiado de los periodistas): “Abel”, me explica, “es tal y como parece”.
Si el entrenador pensó alguna vez que lo de ascender sin excusas, aquel año en 2ª RFEF, era un reto difícil de igualar me parece que lo de salvar el pellejo este curso no se va a quedar atrás. Estando más fuera que dentro varias veces -un segundo antes de que aquel gol ante El Ejido, con el cambio en el consistorio y estas últimas semanas- demuestra que, de albiazul, Abel tiene más vidas que un gato. Como el Recre, vaya, y me alegro de esa mimetización. Admiro su capacidad para no ‘comerse’ a los árbitros viendo cómo nos tratan y cómo le tratan, su calma para no cambiar a medio equipo a los diez minutos tras ciertas actuaciones globales o su tranquilidad para no coger de la pechera, a lo Luis Aragonés, a algún jugador que salta adormilado y que no se despierta ni con tres cubos de agua fría; al mismo tiempo, tanta tranquilidad me inquieta demasiado. No sé si a usted le pasará lo mismo.
Esas lágrimas que no pudo contener, aquellos minutos finales ante el Cacereño, escondían tanto que ese 11 de junio sólo se merecía acabar bien por él, por su familia y por todos. Confieso que su renovación, con Gildoy ya en la sombra, me sorprendió una barbaridad. Él sabe de sobra lo que hay, lo que podía pasar y está pasando, cómo nos manejamos todos aquí y que en las buenas representar al pionero es una gozada (lo que ha movido el Recre hasta en Quinta, como decía algún antiguo jugador, es lo que otros muchos clubes sólo mueven en el fútbol profesional) y que en las malas hay que ser muy buen capitán y muy buen torero para capear tanto temporal. Esta primera victoria quizás sea el dichoso punto de inflexión que él, su equipo y todos necesitábamos. Por partidos, por el ascenso y por estar en momentos cruciales como el que actualmente vivimos -mucho más vital de lo que mucha gente se piensa- Abel es historia del Decano. Esa historia necesita ahora una vuelta de tuerca más. Es el momento, está claro, de despegar. Descender sería, a pesar de ciertos mensajes que usted habrá oído, estimado Abel, una calamidad sideral. Yo espero que eso lo sepa de sobra y que, otra vez a contracorriente, como hace siempre el salmón y contra todos los pronósticos (también contra el mío), vuelva a remontar el río.
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