Notas al margen
David Fernández
Los reyes del eufemismo
Postdata
Agotado el tiempo de las viejas sociedades, en las que, con la excepción de algunos ilustrados, la gran mayoría compartía convicciones, religión, ideas políticas y principios morales, primero la modernidad, que generalizó la conciencia, más teórica que real, de que cada cual tenía la capacidad y el derecho de pensar a su manera, y después el advenimiento reciente de las denominadas sociedades de masas, digitales, globales y globalizadas, en las que se multiplican las opiniones más diversas sobre los asuntos más variopintos, han provocado, como señala el filósofo J. L. González Quirós, que ya no tenga casi ninguna vigencia lo que solemos llamar la tradición.
Así, quizá pudiera suponerse que hoy todos somos librepensadores, lo que por otra parte no dejaría de resultar anárquico e insufrible. Sin embargo, no es el caso. Lo que en realidad nos acontece es que, a partir de movilizaciones presuntamente rompedoras y progresistas, están naciendo nuevas formas de gregarismo, interesadamente apoyado por periodistas, pseudocientíficos, supuestos intelectuales y hacedores de la cultura, de sesgo iconoclasta y ahora de incontrovertible moda, capaz de conseguir el milagro de convencer a millones de personas de ser y pensar lo mismo. Tal furor gregario, afirma de nuevo Gonzáles Quirós, de finalidad políticamente colectivista y protagonizado, entre otros, por teócratas de la diosa naturaleza o feministas decididas a acabar con el orden liberal y hasta con el natural, de no ser resueltamente combatido, logrará hacerse tan opresivo que ya nunca nos podremos liberar de él.
Nos queda, eso sí, el enorme valor defensivo del escepticismo. Dudar de todo, y mucho más de tanto dogma estrafalario, evitando claro caer en la estupidez de negar lo obvio, es sano. La duda, además, nos sirve de barrera ante los que pretenden abusar de nuestra buena fe, exaltando oscuros sentimientos, adjudicándonos un enemigo tangible, y fácil de victimizar, que focalice nuestro odio irracional. Ese imprescindible escepticismo añade, además, una potente estimulación de la inteligencia que nos hará más sabios y menos débiles y eliminará la tentación de paralizar nuestra toma de decisiones y nuestro actuar. Por último, nos dotará de una fortaleza formidable y de una ética exigente ante las falsedades. Seamos, pues, un poco más escépticos, comenzando por nosotros mismos, y un poco menos cobardes. En ello, no lo olviden, nos va la libertad.
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