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Han pasado dos vidas, cien vidas, desde que Senda 3 viera la luz por última vez, pero su portada se me había quedado grabada en el fondo reptiliano del cerebro: una Pandora de coleta pelirroja y vestido algo decimonónico, con ráfagas de vientos de colores saliendo de su caja. El libro estaba ilustrado por José Ramón Sánchez, ese señor con bigote que dibujaba con rotuladores en algún programa de la tele, y todo parecía tan fácil.
Senda 3 era el “libro básico de lectura” elaborado por Santillana para el tercer curso de la EGB. Lo tenía otra vez delante y Pandora clamaba a mi curiosidad, así que lo abrí, y me encontré perdida. Miraba los textos, su longitud, las preguntas, las lecturas complementarias. Y los comparaba con los de mi hija que, casualmente, acaba de cerrar los libros de esa edad. La diferencia –a nivel de contenido, desempeño y exigencia– era brutal. En esencia, parecía un libro hecho para un par de cursos por encima. Un volumen específico, además, para trabajar la lectura: no fragmentos dentro del de Lengua.
Para mí, que he leído siempre como si me fuera la vida en ello –como diría Enric González, porque me iba la vida en ello–, los Senda eran una caricia: “Menos mal que no se enteran de que es una tontería”, podría haber pensando entonces. Y resulta que esas horas de dulce nada eran tan importantes como las matemáticas, con toda su severidad y peso plúmbeo. Si minimizamos la importancia del leer, minimizamos la importancia de entender, de reflexionar, de comprender lo que te dicen. Leer no te hace mejor persona, pero sin duda te ayuda, mucho o poco, a andar por el mundo.
Sé que no se puede extrapolar entre épocas, y que las competencias y saberes son muy distintos, pero la falta de mimbres en la lectoescritura es algo de lo que se quejan luego los profesores en ciclos superiores, y que permea absolutamente todos los palos del aprendizaje.
El fomento individual de la lectura, aun con todo su valor, no sirve como solución absoluta: la cuestión no es tanto el anzuelo que uno pueda maravillar a título personal, como lo que se considera el nivel básico de habilidad lectora desde la educación reglada, el que se estima tendría que llegar a todo el mundo.
No me preocupan los críos que son despiertos, o a los que les gusta leer, por naturaleza o afición: con los recursos actuales, pueden llegar a ser siderales. Me preocupan todos los demás: nunca había visto de forma tan cruda, negro sobre blanco, el empeño por desarmarnos socialmente.
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