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No hay tapado, de momento, para sustituir a Juan Espadas en el liderazgo de los socialistas andaluces. Todo el mundo, tanto él como sus críticos, espera una señal de Madrid. El congreso de Sevilla de la semana pasada no ha mejorado el prestigio del jefe de filas del PSOE regional. Su discurso, demasiado tedioso, decepcionó a la afición y fue muy criticado por la prensa. Pero, sobre todo, le resta autoridad la ausencia de respaldo de quien lo puso en el cargo. Ni en público ni en privado Pedro Sánchez le ha dado suficiente calor. Estas cosas son así. A Moreno lo puso Rajoy de presidente del PP andaluz con un dedazo en el congreso de Sevilla en marzo de 2014. “Tú lo has querido”, le dijo. Aquel nombramiento lo disputaron dos lideresas populares enfrentadas. Tras un duelo a primera sangre, Sáenz de Santamaría impuso su candidato al de Cospedal, el actual alcalde de Sevilla.
Ahora Moreno presume de independencia, pero su llegada de jefe del PP regional se decidió en una mesa de camilla en La Moncloa. Igual que la designación de Espadas para apear a Susana Díaz. Sánchez eligió en junio de 2021 al cargo institucional más valioso del PSOE andaluz, el alcalde de Sevilla. Y le dio cobertura aérea con José Luis Ábalos, que se empleó a fondo un mes antes de que lo cesaran como ministro y secretario de Organización. Estas cosas las acaban resolviendo los jefes en Madrid: cuando Oscar López decía el jueves que los liderazgos en su partido los deciden los militantes, estaba contando un cuento.
Tras la desilusión de Espadas en el congreso sevillano, han llegado los nervios. Él quiere seguir y desafía a los restos del susanismo, espadistas desengañados y otros contestatarios a encontrar un candidato común. Los críticos hablan de vetos para impedir a rivales sobrevenidos en trar en la ejecutiva o el comité federal. Él tiene cuatro portavoces oficiales, dos en el partido, una en el Parlamento y otra en el gobierno alternativo. Pero para comentar el congreso ha recurrido a una dirigente distinta, como si su círculo de confianza se estrechase. Fue un error que aceptara ser portavoz en el Senado. Le quita credibilidad y le distrae de sus funciones territoriales. La visibilidad a veces, como cuando se patina en un congreso federal, se vuelve en contra.
En Sevilla, Zapatero le preguntó a una antigua ministra suya, andaluza, a quién veía mejor para el cargo. No se pregunten quién era la ministra, ni qué nombres o perfiles dio. Lo relevante es que Zapatero se interesaba por sustitutos posibles. Eso significa que la baraja se baraja. Y pintan bastos.
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