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Sus juegos de manos –para los que creemos en la Providencia– son alucinantes. Javier La Beira (1962) publicó un bellísimo cuaderno de aforismos en Antigua Imprenta Sur, Málaga, 2021, sobre los sueños. Por mi afición al género aforístico y por la exquisita factura de la edición, lo lógico hubiese sido que yo hubiera corrido a comprármelo recién salido de la antigua imprenta. Pero ha sido justo ahora, que estoy echando un verano de siesta en siesta como picado por la mosca tsé-tsé, que unos amigos me lo han regalado.
Los sueños tienen la condición, para La Beira, de hilo en el laberinto de la existencia: “¡Hagan sueños, señores!’, anuncia el crupier emboscado en la bata blanca del ginecólogo cuando la bola caprichosa de nuestra vida echa a rodar”. Es muy español y calderoniano, valga la redundancia, esto de la vida es sueño. A más a más, Javier La Beira mezcla el sueño de la vida con el de dormirse con el de ilusionarse con el de las ensoñaciones y con el de las pesadillas. Todo junto.
Pero no revuelto: la mezcla está hecha con muy buena mano. A mano y sin permiso se titula el cuaderno. Tanta mezcla me ha venido de lujo. Porque mi sueño de estos días no es sólo la pereza estival ni los calores ni, mucho menos, la bajada de tensión de estar junto al mar, porque yo siempre estoy junto al mar. He padecido un catarro de dimensiones covideñas que me tiene echo polvo. Como soy hipocondríaco, las menciones a la muerte caían en tierra fértil. Abrigo la sospecha de que La Beira ha escrito sus aforismos para colar, con pudor, dos elegías. Éstas: “Al amanecer del 1 de septiembre de 1987, quise creer que mi padre se había dormido”. Y varios aforismos y muchos años más tarde, ésta: “La madrugada del 27 de marzo de 2011 me convencí de que a mi madre le había vencido el sueño”.
Cuando soñaba lo peor, me rescataba el lirismo, como en la vida: “¡Oh, la felicidad de soñar que te está besando y que te esté besando!”. O el humor: “El alma dormida de Jorge Manrique no tenía un buen despertar”.
Estamos ante un experto en el sueño, como demuestra esta descripción exacta: “El movimiento de un sueño calca el de un caballo de ajedrez: salto en el espacio y dirección imprevista en el tiempo”. A nosotros, para las horas somnolientas de las siestas, nos ha convencido de la trascendencia y la hondura de nuestras cabezaditas. Duerman y sueñen ustedes sin cargo de conciencia. No es perder el tiempo.
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