Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
Estoy tentado de dejar que uno de estos artículos los escriba una de esas aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA) a las que, por lo visto, recurren ahora incluso los chavales cuando tienen que presentar un trabajo a sus profesores. Dicen que se les da muy bien y la verdad es que, dado el caso, pudiera pasar que nadie se diera cuenta, lo mismo que nadie se dio cuenta de que a alguno de los artículos que escribí con anterioridad se les asignó otro autor. Si la inteligencia artificial terminara escribiendo alguna barbaridad yo podría escudarme en que, realmente, yo no había intervenido y que la culpa la tenía una máquina, lo mismo que en el proceso de edición de este, y todos los periódicos, se ha ido prescindiendo de personas en aras de la automatización de la producción, y uno termina sin tener a nadie al otro lado a quien preguntar por qué no se contrastó una noticia como es debido, por qué se ha publicado un anuncio de algo que era una flagrante estafa o por qué se han equivocado en la autoría de un artículo.
No es algo exclusivo de la prensa, numerosos sectores recurren a las máquinas para gestionar la relación con sus clientes, por ejemplo, y seguro que muchos de ustedes han sufrido la pesadilla de intentar “hablar con una persona” que les atienda en una reclamación con algún proveedor de servicios bancarios, electricidad o telefonía y se han estrellado con una voz pregrabada a la que nada le importaba su indignación o incluso los insultos desesperados que pudieran soltarles. Da igual, no hay nadie detrás, bueno, sí hay alguien, siempre están los dueños, que no paran de engrosar sus fortunas a través de empresas en las que cada vez trabajan menos personas y las que lo hacen están cada vez en una situación más precaria.
La expresión más clara de todo esto la vemos en todas esas plataformas que nos traen de todo a casa, tras las que hay cientos de miles de trabajadores, sí, pero controlados por algoritmos, como esos de las redes sociales, que miden la productividad, el rendimiento… que premian la autoexplotación y la relajación en las medidas de seguridad y que llegan a tomar la decisión de si hay que despedir a un trabajador sin mediar intervención humana. Tal vez el ex ministro de Economía de Grecia, Yanis Varoufakis, tenga razón y el capitalismo haya sido superado por un tecnofeudalismo gobernado por unos señores feudales a los que pocos les ponen cara.
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