Yo te digo mi verdad
Un mundo de patriotas
Decía Mark Twain que los dos días más importantes de nuestras vidas son el día que nacemos y el día que descubrimos por qué nacemos. La frase -breve, reflexiva, curiosa- tiene su aquel, ¿verdad? Usted, por causalidad, ¿sabe por qué nació? ¿Tiene claro su cometido en este mundo? ¿Sabe por qué vino a dar guerra (¡o paz!) a este pálido punto azul, como describía Sagan?
Yo sí lo sé: cada día tengo más claro que nací para ser un apasionado del snooker y disfrutar, serena y plácidamente, de Selby, Allen, Ronnie y compañía. Yo estaba predestinado a quedarme embobado, como una vaca mirando las nubes mientras pasta, simplemente viendo en una pantalla, sin sufrir ni padecer, carambolas imposibles hechas por esos artistas asombrándome con sus defensas milimétricas, sus efectos inverosímiles… De eso me di cuenta en el verano del 21 como consecuencia de lo que nos había regalado nuestro equipo meses antes. Se ve que cuando era pequeño en mi casa tenían otros planes maquiavélicos y, como lo del snooker sonaba a chino, me hicieron probar cierto veneno de sabor albiazul. Ya me vengaré de eso.
Tengo claro que no vine a este mundo a soportar aquellas risitas de Seth, dobles descensos vergonzosos o a presenciar el juego de la silla ese año que empezó con Casquero y terminó casi con el primo de Casquero en el banco; tampoco vine a sufrir por la supervivencia o la pertenencia accionarial del club de fútbol más antiguo de España ni a comprobar cómo el escudo de mi equipo lo defendía don Santiago Cazorla un año y, poco después, tipos como Maidana o Akalé ni a ruborizarme por aquellas ridículas camisetas de lunares, ver cómo nos goleaba el colista de 2ª RFEF, nos chulea cada domingo el colectivo arbitral o a desesperarme porque un conjunto de jugadores es incapaz de atravesar el medio campo con sentido, como si de un mal cuadro de infantiles se tratara, en el Murube.
También es verdad que si ni eso ni mil cosas más igual de desesperantes, que ustedes han vivido como yo, han podido con nosotros es que lo mismo no tenemos escapatoria y el destino –o lo que sea- es así de cachondo. Por eso el día en el que todo acabe, y acabe bien, se podría convertir en el tercero más importante de nuestras vidas. O en el cuarto o en el quinto, pero no mucho más atrás…
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